PARÉNTESIS
¡Dichoso
mi río Alhama,
dichoso
aquel que lo ama!
Tras
años de combates incesantes
quiero
holgar, como antes,
junto
a mi inmaculado río Alhama
que
tantas veces me ofreció sus aguas
cuando
en verano sus ascuas
la
paz de sus riberas nos reclama.
Como
si fueran líquidos cristales,
otras
náyades iguales
a
las que conocí corren ahora;
en
ese murmurar flojo y doliente,
que
el aparecido siente
a
una adolescencia que pasa y llora.
Los
grandes brazos del nogal añejo
se
mueven en suave espejo
en
las aguas luciendo su verdura.
Y
el rosal de flores coloradillas
se
ocultan en sus orillas
en
forma de indomable colgadura.
En
mi bello rincón nada se altera;
ni
el bullicio que hubiera,
ni
el jolgorio, ni el tumulto persiste:
el
horizonte no varía;
el
encuentro es como cualquier otro día
igual
que cuando dije adiós muy triste,
en
cambio, el propio ser, el que me resta,
al
subir la áspera cuesta
ruedan
en mis sueños el equipaje,
y,
aunque piso con ímpetu el camino,
soy
como errante beduino,
lento
en llegar al límite del viaje.
Veo
arriba el foco que parece lumbre
resplandeciendo
en la cumbre
sobre
dos mundos con su ardor eterno;
abajo,
la confusión más oscura
que
lleva toda negrura
de
las tinieblas más frías del invierno.
Y
en la ladera soy vigor que avanza;
tenacidad
que se lanza;
verdad
que busca su ánima perdida
sumergiéndose
en la penumbra densa
para
así hallar la intensa
trepidación
y esfuerzo de la vida.
Mi
poema es altivo y al placer rehúsa,
es
la dolorida musa,
frente
a todos los credos insurrecta:
armada
de un coraje deslumbrante
siempre
transita adelante
y
de la gente eligió la más recta.
Mientras
tanto estoy en mi arbolado umbrío;
en
las orillas de mi río;
en
el soto, el árbol abandonado,
el
nogal verdiblanco y la corriente
que
aparecen de repente
como
figuras vivas del pasado.
Siempre
que deseo la calma y el reposo
busco
un lugar silencioso,
y
en este callado asedio me pierdo
sin
que el desorden del mundo me estorbe,
¡como
mi existir embebe
el
consolado aroma del recuerdo!
Mi
credo, mis temores, mis amores;
y
las no olvidadas flores
que
fui dejando en el camino sin hojas
y
las tumultuosas convicciones mías
fueron
mis locas alegrías
y
el caudal inmenso de mis congojas;
algo
que queda en mi caduca vida,
que
queda dividida,
evocando
si en añoranza vivo,
para
sacudir mi organismo inquieto
con
su susurro secreto
en
forma de plácido operativo.
¡Adiós
mi plácida ribera amena
que
en avenencia serena
respiré
de otro ambiente la frescura!
¡Adiós
remanso de paz, tu que guardas
las
historias alocadas
de
mi joven edad alegre y pura!
Llega
la vejez: la existencia es corta.
Sin
fortuna no me importa
volver
a requerir calma y olvido,
¿reservarás
en tus orillas limpias
el
lugar en el que solías
al
orgullo paciente del vencido?
Envolveré
un trozo de mi bandera
la
vuelta de mi pasado,
que
es la razón de atar mi vida entera;
y
como un buen soldado,
me
arrodillo bendiciendo
la
defensa que presté a mi bandera,
y
volveré y buscaré mis horizontes
en
la cuenca de mis montes…,
y
encontraré mis amplias perspectivas
en
tus ondas fugitivas
valle
querido del noble Alhama,
tú
me entregaste tu calma.
Inestrillas,
1 de noviembre de 2018