AL SANTO CRISTO DEL PERDÓN
Señor:
yo, siempre fui hijo
de
vuestra gloriosa madre,
de
vuestra casa celestial,
de
vuestra egregio linaje,
fui
clamor al ronco viento,
tosca
brocha al frágil lienzo,
aquella
con suave rumor
y
este sin gala y sin don;
Yo,
que con vivas lealtades
por
motivos fraternales
accedí
de siglo en siglo
a
vuestros rancios anales,
último
fui en llegar a vos;
y
si acosado llegare,
la
nobleza y el respeto
disimulé
en lo cobarde.
¡Qué
dolor tan abismal, qué apenada amargura!
No
hallar en el camino una flor ni un cariño,
y
sentirme al comenzar la jornada más dura,
con
la razón de viejo y mi corazón de niño!
¡Que
mi convencimiento haya sido vencido
por
la empedernida animadversión del cielo!
Y
el llanto de sentirme cobarde y abatido
en
el desistimiento de nuestro noble anhelo.
Bienaventurados
en realidad los que ignoran;
pues,
si hay que reír, ríen, y si hay que llorar, lloran
con
la precipitación de su santa ignorancia
y
como si el alma fuera retornada a la infancia.
¡Solo
anhelo ser siempre igual en dichas y males,
y
vivir la melancolía de los días iguales!
Ricardo
Lalinde López
Inestrillas,
1 de febrero de 2020