CONVERSIÓN
DEL PECADOR A LOS PIES DE UN SANTO CRISTO CRUCIFICADO, PIDIENDO
LA SALUD DEL PUEBLO APESTADO
Oh
Tú, Padre de las luces,
altísimo
luz eterna,
de
cuyos rayos el sol
participa
un rayo apenas;
causa
de todas las causas
y
sabiduría inmensa,
que
en la gloria de ti mismo
sin
principio ni fin reinas;
Tú
que de la nada hiciste
esa
fábrica estupenda
del
universo, que incluye
cinco
zonas y once esferas;
Dios,
a cuyo nombre santo
calma
el viento, el mar se enfrena,
los
ángeles se estremecen
y
los serafines tiemblan;
centro
de misericordia,
abismo
de providencia,
epílogo
de justicia,
tribunal
de recompensa;
Tú
que, amándote a ti propio
como
a la cosa más buena,
amor,
amante y amado
es
todo una cosa mesma:
Un resplandor y tres rayos,
una
luz y tres lumbreras,
un
Dios y tres veces santo,
tres
personas y una esencia;
oye,
Señor, oye, escucha
con
más que humanas orejas
del
pecador los suspiros,
las
lágrimas del que peca.
Dios
fuiste siempre y, sabiendo
con
sabiduría eterna
cuanto
es, ha sido y será,
quisiste
hacer experiencia
de
los trabajos humanos,
pirática
que se reserva
solo
al que nace a morir
y
muere desde que empieza,
hasta
que, haciéndote hombre,
experimentaste
penas,
padeciste
hambre y cansancio,
lloraste
humanas miserias,
oíste
oprobios y injurias,
sufriste
agravios y afrentas,
toleraste
desafueros,
perdonaste
inobediencias.
¡Oh
extraño efecto de amor!
Obra
heroica, heroica prueba
de
piedad, para que el hombre
al
mismo Dios reconvenga.
Pues,
Señor, si esto es así,
aplica
el rostro a mis quejas,
no
tape oídos de Dios
de
mis pecados la cera.
Por
mí perdiste la vida
y,
aunque la culpa me afrenta,
lavada
con sangre tuya,
lo
que fue mancha es nobleza,
lo
que fealdad, hermosura;
lo
que esclavitud, tutela;
lo
que desgracia, ventura;
y
luz, lo que fue tinieblas.
Yo
soy, en presencia tuya,
vil
gusano de la tierra:
ni
el parentesco me anime
ni
el favor me ensoberbezca.
Pero
en medio de mis culpas
quiere
tu amor que me atreva
a
pedir misericordia,
aunque
yo no la merezca.
Bien
sé que, por mis maldades,
bien
sé que, por mi insolencia,
cruje
tu brazo el azote,
fulmina
el rayo tu diestra.
Deshonestidades
mías
no
dan lugar a que vuelvas
el
rostro. Justo es, Señor,
que,
aun de mirarme, te ofendas:
el
contagio de mis males
inficionó
tus ovejas;
yo
ocasioné en tu rebaño
las
landres y pestilencia;
yo
solo soy el perdido,
yo,
el rebelde, el anatema
que,
olvidado de tu nombre,
solo
adoraba en mi hacienda.
Yo
inventé el logro y la usura,
yo
profané tus iglesias,
yo
deseé carestías
teniendo
mis trojes llenas;
yo
no me dolí del pobre
que,
hambriento, llegó a mi puerta;
yo
enriquecí con su sangre,
del
sudor suyo hice rentas;
yo
apetecí las venganzas,
yo
las conseguí por fuerza
atropellando
al rendido,
cuando
perdonar debiera.
De
la sustancia del pobre
labré
casas, compré tierras,
fundé
ricos mayorazgos,
gocé
injustas preeminencias,
alcancé
cargos y oficios,
títulos
tuve y prebendas,
pero
también soy, Señor,
quien
estas culpas confiesa.
Basta
ya, Señor, la ira;
merezcan,
Señor, merezcan
las
lágrimas, pues no vale
en
tu reino otra moneda.
Descerrájense
esos cielos,
abra
tu piedad las puertas,
pues
del pecador el llanto
es
una arrojada piedra,
que,
hiriendo el costado tuyo,
a
la aldabada primera
volverá
a brotar la herida,
agua
y sangre de clemencia.
Sea
antídoto divino
tu
sangre contra la fiera
calentura
pestilente
que
tanta vida atropella;
serpiente,
ya de metal,
penitencia
serpientes arrastrando”
puesta
en la cruz, te venera
todo
aquel pueblo, sanando
de
mordeduras violentas.
Y
hoy que hombre y Dios te adoramos
mayor
derecho nos queda
para
sanar de la herida
que
hasta los aires enferma.
Piedad
te piden los hombres,
por
la salud clamorean
estas
campanas con alma
y
estos metales con lengua.
Tú
eres salud, Tú eres vida,
a
Ti los hombres apelan
de
Ti mismo; no permitas
que
tu familia perezca
o,
asido de aquestos clavos
que
rompen sagradas venas,
refrescaré
las heridas
con
el dolor de mis quejas;
porque
bien sé yo, Dios mío,
que
para contigo pesa
más
una lágrima sola
que
infinitas culpas nuestras.
Del
peso de cruz me valgo,
donde,
las balanzas puestas,
la
de la misericordia
ocupa
la mano diestra:
de
ella he de sacar la gracia,
un
pecador carga en ella.
Padre,
Señor, Dios, amparo,
mi
fe a mis culpas exceda,
que,
aunque mi castigo es justo,
padecen,
Señor, a vueltas
muchos
inocentes, muchos,
que
hacia el pecado no aciertan.
La
salud del pueblo todo
por
mi ocasión no padezca,
sea
yo solo el apestado,
pues
yo te ofendí, yo muera.
Castiga,
Señor, mis culpas
para
que de esta manera
prevalezca
tu piedad
y
el malo no prevalezca.