VOLVER A LOS ORÍGENES
Esta inclinación es tan natural que incluso los nacidos en las ciudades les gustaría establecerse en la casa de un pueblo cualquiera que le llamase un poco la voz de la Natura, como si el instinto les dijera que su destino y sus raíces están allí… Y el instinto no se equivoca. Volver al pueblo es el preámbulo de las primitivas páginas de nuestra vida, y es la historia que cada uno de nosotros ha escrito cada día de su vida…
Al llegar las vacaciones, parece que el pueblo nos está esperando, nos acoge y se alboroza brindándonos el respiro que todo humano necesitamos. Todo a nuestro alrededor cobra vida y color, cada esquina, cada rincón, cada lugar nos produce una historia, una remembranza que, a pesar del tiempo pasado, está ahí al alcance de nuestras manos: las idas y venidas por caminos ancestrales las subidas a la “Virgen del Prado”, la visita al prado de “Cruña” donde de niños fuimos tan felices montados en nuestros mulos con nuestra larga caña por lanza haciéndonos pasar por Quijotes o guerreros, la visita al castillo roquero que tantas veces fue nuestro escondite, los partidos de pelota en el frontón, las riñas a pedradas por las eras, los baños en el pozo azul, la vida fresca de nuestro río buscando nidos, peces cucharapas y porroneros, los juegos a los tres navíos donde la gozábamos rompiendo las parvas y deshaciendo la parva recogida que tantos sudores costó amontonarla, tirar la nieve en bolas por la boca de las chimeneas para asustar a los humildes hogareños que se calentaban del frío invierno, y una cosa que nunca podremos olvidar, el canto de los ruiseñores por la mañana, el canto de la calandria al atardecer y el cántico de las cardelinas al medio día; cuando llegábamos a casa perfumados con los aromas del campo, tomillos, romeros, espliegos, salvia y otras plantas aromáticas nuestras madres nos mandaban al río a lavarnos los pies por que olíamos a campo..., ¡Qué tiempos mas humildes, humanos y felices aquellos! La matanza tan festiva, las fiestas tan familiares... cuantos recuerdos y cuánta nostalgia, pasear las noches contemplando el cielo azul plagado de estrellas, la salida de la luna y la puesta del sol… los bailes en la plaza, las meriendas de amigos llenas de caracoles y pajarillos ¡qué hermosa juventud! ¡Que galopada subiendo la última cuesta que llegaba a la ermita del Prado desbocando los caballos, y los más pequeños nos poníamos arriba para ver quien y como subían los mejores jinetes con su novia montada a la grupa! después todo aplausos y alegres comentarios...
Todas estos hechos y muchos más rememoran nuestros mejores años, con nuestros mejores recuerdos y no son imaginaciones, son hechos innegables que nos gustarían volver a vivir, porque a pesar de las penurias, del mucho trabajo y de la escasez de aquellos años éramos muy felices con lo poco que teníamos; hoy en cambio con tanta abundancia, no sabemos a donde vamos, ni lo qué queremos y lo que es peor no queremos saber de donde venimos. Estas realidades y añoranzas se nos quedaron grabadas en lo más profundo de nuestro ser, de manera que unos las manifestamos escribiéndolas, y otros las guardan en su corazón, pero cada uno de nosotros tiene en su alma un rinconcito lleno de recuerdos de aquella tierra que nos vio nacer y cuyas raíces perduran más allá de los tiempos.
Inestrillas, septiembre de 2011
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