AFRODITA
No
deseo disuadirte en la torpeza
los
delirios de tu cabeza loca:
mi
ley es a la par guía y firmeza,
fuego
y calor como el carbón de roca.
Igual
que el noctámbulo peregrino,
mi
confianza fatal no mira al suelo;
no
veo más que brumas en el camino,
aún
contemplando el esplendor del cielo.
Pobres
son las imágenes que entraña
tu
inicio de niña, santuario oscuro.
Tu
musa, es el azar en la montaña,
es
maculado, por lo mismo impuro.
Fiándome
de la astucia que me empuja,
desprecio
la fortuna que señalas.
“El
mirlo canta aunque el sauce cruja:
pues
muy bien sabe él lo que son sus alas.”
Levantado
ante el choque de la porfía
me
siento magistral en la victoria.
Tengo
fe en mí; la mala suerte podría
quitarme
el trofeo pero no la gloria.
¡Deja
el entrecejo y tu voz me arrulle!
¡Consuélame
con tu corazón y ama!
¡Dios
le dijo al torrente: corre y bulle!
¡y
toda la margen del río embalsama!
¡Normal
es que sufra mi amor! La palma
crece
en la playa que el oleaje azota.
La
distinción para el náufrago es calma:
¡vivo,
se hunde; pero muerto, flota!
Confórmate,
mujer! Hemos venido
a
este valle de lamento al debate,
tú,
como blanca paloma de nido,
yo,
como fiero león para el combate.
Logroño,
10 de febrero de 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario