A
LOS LEÑADORES DE MONEGRO
Aún
es de noche y los madrugadores leñadores van camino de Monegro, los
veo marchar llevando al hombro el agudo distintivo de la fuerza, el
hacha. Parece que van de paso porque siempre caminan hacia otras
tierras más lejanas, siento que en su pulso rotundo les circula un
pequeño flujo, el empeño y el coraje.
Es
el leñador. Sube a la montaña feliz porque ha llegado el día de la
corta. Su alzada poderosa recorta una silueta de aborigen tallada
sobre una encina. El sentido seguro de vientos y de lluvias le da esa
taciturna sabiduría de anciano, aunque apenas tiene dos décadas de
vida, su experiencia aporta una herencia de siglos.
Es
todo brazos y músculos, y de su sonrisa nace un corte que le madura
el gesto: La frente es un lugar de grandes sufrimientos donde vidas y
muertes libraron sus batallas. Oculta la desventura con una boina
rota que cubre el rudo alboroto de su pelo, un recuerdo de viejos
envanecimientos sube como un torbellino de sangre a sus ojos.
Respira
el sostenido perfume de la dulce flor y en la solemne bóveda del
aura mañanero va escogiendo los trinos de pájaros compañeros que
presidirán la rítmica jornada de sus horas, y cuando la ardiente
órbita marca los límites del día, despuntan los leñadores
poderosos de orgullo, y sacudiendo la cabeza alejan el sueño que la
madrugada anterior les había robado.
Cuando
sus ojos cumplen con la selección segura del tronco favorable,
recoge el hacha, se arranca la chaqueta y lubricando con saliva las
palmas de las manos comienzan el rito con taciturna furia. Levanta
el hierro y da vuelta a su filo desafiante y con impacto certero se
incrusta en el cuerpo. Lo hace diez, cien, mil veces sobre el mismo
tronco, hasta que el árbol desgarrado se rinde.
Después
vendrá en lenta sucesión de torturas el desmembramiento de los
brazos y la cabellera, que en amistad de alegres pájaros vivió años
y años y al final, el desprecio de ser secado al sol y al viento.
Más tarde lo que suceda ya no tendrá importancia, viajar, quedarse
quieto o arder será lo mismo. Ni las nubes de la mañana, ni el sol
de la tarde, ni los pájaros ni las lluvias se recostarán en él.
El
bosque castigado se duele de los hachazos recibidos. A izquierda y a
derecha de sus heridas yacen la sangre milenaria y el corazón,
doliéndose con las venas abiertas de tantos golpes padecidos. El
humus que ha criado la cepa tranquila del árbol y le ha dado su
dulzura de sombras llora junto a las cicatrices rojas dejadas por el
hacha del hombre, y durante años los brotes no aparecerán bajo la
tierra.
Después,
el camino se llenara de mulos y caballos cargados con la leña que
como una fila interminable de hormigas cruzarán sendas y caminos con
un destino seguro, los bardales que los leñadores tienen preparados
y su viaje lento o precipitado por caminos misteriosos con agobio,
sudor y coraje llegará a su fin; de nuevo hacia su hogar, el hacha
compañera inseparable formará la cruz sobre el hombro buscando un
nuevo talar. Y su final será duro, como es duro el oficio: como
también es dura la materia que trabaja y es duro el hierro ciego del
hacha compañera y dura es la misma vida que al leñador le espera.
Inestrillas, 22 de febrero de 2014
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