Como la bella amapola
refleja su rojo sin par,
las musas bajan a veces
al alma de mi tristeza
para cosechar estrofas
pletóricas de belleza
que me hicieran suspirar.
Y en cada una de mis trovas
laten con forma siniestra,
las ansias y los temores,
las envidias y las creencias,
¡Las que yo no quise querer!
las que yo así mismo deseé,
páginas que separaré
del cuaderno que redacté!
Cuando en mi infausta memoria
el verso luciendo queda,
o es el roto de una nube
o el retrato de una estrella,
y es porque llegó tan lejos
la inspiración a tenerla,
que en ese verso se agita
todo el alma del poeta,
y cuando a soñar me pongo
mil quimeras fantasiosas,
imposibles ilusiones,
seres de extraña belleza
habitantes de otros mundos
se paran en mi cabeza;
formas que emergen aisladas
traslúcidas y serenas,
como alegres angelitos
de una divina comedia,
y la más dura realidad
insensible me revive,
y quedo dudoso y triste
llorando penas supremas,
como largos ríos que fluyen
buscando la mar serena
y luego allí en el piélago
le sorprende la tormenta.
Luego me pongo a escribir
con un entusiasmo inmenso,
que sólo escribiendo versos
mi ánimo se vuelve alegre,
y las musas me transportan
al mar de la melancolía
para cosechar las trovas
y darles amor y alegría.
Y a pesar de mis dolores
que me queman en el fondo
escribo la mejor glosa
y la inspiración resurge,
porque son anhelos vagos,
ambiciones infinitas
que exploran grandes espacios,
deslumbramientos eternos,
nostalgias de un mundo raro,
y encuentros desordenados
de refulgentes colores,
como la roja amapola
esencia de mis halagos.
Logroño, 28 de julio de 2014
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