A
ORILLAS DEL ALHAMA (elegía a
mi pueblo)
Era
un día de julio de calor sofocante,
el
sol caía ajando mi cuerpo de caminante,
y
de vez en cuando me detenía un instante
para
dar algún respiro al pecho jadeante
clavado
en mi cuerpo con pasos de gigante;
con
fuerza renacida y a falta de cayado
continué
caminando a paso adelantado,
subía
por los cerros, bajaba a los barrancos
y
allá en la lejanía cientos de pajarracos
graznaban
con firmeza entre tomillo y romero
que
sobre el seco agro ardían como brasero.
Los
buitres daban vueltas con sereno vuelo
paseando
en solitario por el ancho cielo.
Avistaba
lejano el Moncayo puntiagudo
y
una larga Sierra dormida en su felpudo,
miles
de recuerdos sobre la parda tierra
memorias
que el arado al poco desentierra,
los
recuencos verdes que llevan al Alhama
donde
las arboledas, beben de su cama
que
en torno a Inestrillas es fuente que mana
linaje
de Navarra y cuna castellana.
Y
allí en lo más alto, en la Virgen del Prado,
cientos
de personas suben al monte amado;
entre
los canchales y algún humilde prado
donde
la hierba crece al paso del arado
y
un sendero de malvas lo va perfumando,
luego
al final del día la gente va bajando,
para
unirse a la fiesta, para seguir cantando
y
poco a poco al fin, el día se va acabando.
¡Oh
tierra pobre, triste y noble,
el
Alhama cruza tu corazón de roble,
la
de altas colinas y marchitas roquedas
de
tierra abandonada y solas arboledas;
caídas
poblaciones, caminos sin mesones,
atónito
aldeano sin bailes ni canciones
que
aún se van marchando de agonizante hogar,
como
tu estrecho río Alhama llega al mar!
Veo
en el horizonte cerrado por colinas
sierras
coronadas de pinos y de encinas;
sobre
la verde yerba en los márgenes del río
lucen
sus frondosas hojas el álamo umbrío
y
en callada calma lacónicos arrieros
llevan
en sus carros mercaderías y aperos,
y
bajo la arquearía del puente de tres ojos
cruzan
el Alhama sin puertas ni cerrojos.
Inestrillas
fiel, aguerrida y luchadora,
hoy
en sus andrajos, desprecia lo que ignora.
Sobre
sus campos aún está el fantasma guerra
de
un pueblo que ponía a Dios sobre su tierra,
y
tras de los peligros que demostró su brío
corría
a la defensa con el semblante iberio,
tampoco
llegarían a preguntar qué pasa
pues
la guerra llegó a la puerta de su casa.
Ya
el sol declina por la Contrebia cercana
y
a Inestrillas llega el toque de campana,
rítmico
tañido para enlutadas viejas
que
de sus casas salían como comadrejas;
susurrando
se van y al momento aparecen,
curiosamente
cuando los campos anochecen,
¡El
camino solitario! !El bar Cartón abierto!
el
campo ensombrecido y el pueblo desierto.
Ricardo
Lalinde López
En
Inestrillas, marzo de 2019