EPÍSTOLA VIII
Ciegos están los
hombres de ambición insana
y en los frutos
prohibidos han hecho presa;
Dios dijo al verlos:
¡Cuánto me pesa!
Como el sol que nos
alumbra por la mañana vencen
las sombras de la
noche espesa;
así tu gracia
celestial, Señora nuestra, aplaca la justicia
en este pueblo que
ante Ti se muestra.
¡Bendita seas Tú,
Madre del Prado, gloria del día,
Tú que ante el Padre
agradas tanto;
que por Ti al pueblo
ha bendecido, y en tu seno purísimo
se reconcilia en
abrazo santo;
Dios y los hombres de este pueblo redimido te
quieren tanto,
que esperan que Tú
les ayudes a enjugar su llanto.
Tú eres la azucena
que perfuma nuestros montes y los llanos.
Tú eres la fuente
cristalina que mitiga nuestra sed
y la de nuestros
campos.
Tú eres el faro que
nos ilumina y nos lleva al puerto deseado.
¡Tú lo eres todo,
Madre del Prado Inmaculada,
porque fuera de ti,
limpio no hay nada!
(De mi libro, "Como salen del alma")
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