Óyeme
fuente, tú que en tu charca ves
los
prados verdes y las turbiedades,
tú
que muestras el llanto por mí caído
de
estos umbrosos ojos inmorales.
Quiero
que me hagas un favor, cuando
mi
amargura en tus aguas se refleje,
entrégame
la felicidad quitada
y
no dejes que de la fe yo me despoje.
Haz
que las flores me hagan compañía
cuando
vean llegar mi última partida.
Y
si me castigas a no ser mí halagada,
di
a todos, que es falsa mi felicidad,
diles,
que es verdad mi confianza,
que
su consuelo es mi desconsuelo.
¡O
mejor!..., no digas nada.
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