EL
RELOJ (dedicado
al reloj de la torre de Aguilar)
Cuando
en la noche serena
con
la luna plateada
un
reloj que hay en la torre
cuenta
doce campanadas;
y
al fijarme en el reloj
veo
en lento recorrido
andar
despacio el camino
dejando
un signo añadido;
se
quedan fijos los ojos
y
el corazón se estremece,
pues
el tiempo va pasando
y
son ya más de las trece;
y
la aguja va girando
el
tiempo lo marca ella,
y
es la realidad más bella
porque
va dejando huella.
Inquietante
es ver pasar
entre
gemidos del viento,
el
deslizarse las horas
en
son mustio, triste y lento;
y
la esfera de la torre,
en
una sentencia cruel,
da
alegremente las horas
con
la medida más fiel.
Y
el escondido secreto
colgado
de una pared
piensa
y marca tranquilo
el
tránsito a la vejez;
avisa
al pueblo dormido
con
agudas campanadas,
las
horas que habrá de menos
cuando
despierten mañana.
Esa
misteriosa pupila
parece
que va a estallar
cuando
se acerca la hora
que
marca el ritmo a llevar;
unas
veces mengua el tiempo,
otras
lo adelanta más,
y
el sol alumbra en lo alto
las
horas que ve pasar.
Mil
veces así continúa
igual
que la primera vez,
llega
la sombra a la torre
y
vuelve el sol otra vez;
y
es doloroso el destino
de
nuestra existencia ver,
que
en un círculo misterioso
el
tiempo esté en la pared;
y
en una esfera siniestra
dos
agujas que no paran
nos
dan o quitan la siesta
al
son de unas campanadas;
y
nuestro cuerpo dormido
despierta
sobresaltado,
pues
ha tocado la hora
que
el reloj le ha mandado.
Vivimos
siempre al compás
de
unas manos que no paran,
con
un armonioso din, don,
o
unas tristes campanadas;
y
la aguja va marcando
el
tiempo que va pasando,
las
horas que van quedando
para
llegar a mañana;
porque
comienza de nuevo
el
final que nunca acaba
a
marcarnos la jornada
a
golpe de campanada;
somos
presas del reloj
por
mucho que lo ignoremos,
pues
en cuanto da la hora
todos
salimos corriendo.
Esa
esfera de la torre
de
la iglesia de Aguilar,
tiene
un ojo muy agudo
y
un carillón al final;
pone
un cantar en cadena,
que
me hace presagiar,
que
nos va marcando el tiempo
en
la vida terrenal.
Lamentable
por cierto es ver
cómo
un pueblo se despierta,
mirando
por la ventana
si
es o no la hora cierta;
y
ver en la esbelta torre
un
reloj que va marcando
las
horas que van pasando
en
su habitual laborar;
contando
el reloj las horas
con
su martillo de acero,
siendo
una y mil veces más
el
humilde mensajero:
así
vivimos pendientes
todos
de una campana
esa
que nos da la hora
que
al reloj le da la gana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario