viernes, 25 de octubre de 2013

ÁRBOLES DEL ALHAMA

Árboles amigos queridos,
de lápiz, papel e inspiración;           
troncos de sereno encanto,
donde el poeta y el pájaro
tejen sus mejores salmos
y trenzan su mejor canción.  

Árboles de sombra y de paz,
bien hechores del humano,
maldita sea la mano
que cortó vuestra raíz
dándole muerte al tallo
y al árbol hacer morir.

De alturas con arrogancia  
y a la paz de vuestra piel
alzo mi rostro risueño;
sois el mejor amigo
que nació junto al Alhama
y el pueblo que más ha querido.

Acacias, álamos y olmeras 
de mis pájaros cantores;
en verdad, en verdad os digo:
sois manantial de caricias
y cobijo de mil hijos                       
del pueblo de mis amores,
  
y en vuestra sombra fraterna
que derrama mil arrullos
la sangre se tornó en  amor;
y a vuestro poético amparo,
árboles del Alhama queridos
dedico esta hermosa canción.


       Inestrillas, 25 de octubre de 2013

martes, 22 de octubre de 2013


 
La generación que construyó España (Reflexión)

“¿Quiénes son los pobres? Los nietos de los ricos”. Aforismo castellano

Cuando analizas lo que ocurre en una empresa o una sociedad, debes buscar las causas que provocan su situación, porque sólo trabajando sobre las causas, puedes cambiar los efectos. Y no tengo ninguna duda de que una de las principales causas de la prosperidad que vivimos en los años pasados fue la actitud de la generación de nuestros padres, y una de las principales causas de la crisis, es haber perdido esa actitud.

Recuerdo que hace años, un empresario brillante que viajó a China para hacer negocios, me comentaba: “China va a ser imparable. Cuando llegas allí el ambiente te recuerda la España de los años 70. Todo el mundo quiere trabajar mucho, ahorrar, comprarse su casa, su coche, que sus hijos vayan a la universidad… Cuando una generación está así centrada,
no hay quien la pare” Este pensamiento me hizo reflexionar entonces y me ha vuelto a la memoria al contemplar a las tres generaciones que convivimos.

Mis padres tienen en torno a 70 años, y siempre han sido un ejemplo de trabajo, honradez, austeridad, previsión y generosidad. Pertenecen a una generación que, como dice mi padre, les tocó el peor cambio: de jóvenes trabajaron para sus padres y de casados para sus hijos.

Son gente que veían el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría a un futuro mejor, y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles. Son una generación que compraba las cosas cuando podía y del nivel que se podía permitir, que no pedía prestado más que por estricta necesidad, que pagaban sus facturas con celo, y ahorraban un poco “por si pasaba algo”, que gastaban en ropa y lujos lo que la prudencia les dictaba y se bañaban en ríos cercanos, disfrutando de tortillas de patata y embutidos, en domingos veraniegos de familia y amigos.

Y tan sensatos, prudentes y trabajadores fueron, que constituyeron casi todas las empresas que hoy conocemos, y que dan trabajo a la mayoría de los españoles.

Sabían que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Se podía ser pobre, pero nunca dejar de ser honrado.

La democracia significaba libertad y posibilidades y seguir viviendo en armonía y respeto.

Y cometieron los dos peores errores imputables a esa generación:

1)      “Que mis hijos no trabajen tanto como trabajé yo”. Nos
cargamos la cultura del esfuerzo y del mérito de un plumazo,
convirtiendo el trabajo en algo a evitar.

2)      “Como tenemos unos ahorrillos, hijo, tu gasta, que para eso están tus padres”. Con lo que mi generación empezó a pensar que el dinero nacía en las cuentas corrientes de sus padres, que daban la impresión de ser inagotables y que los bancos eran unas fuentes inagotables de hipotecas, rehipotecas y contrarehipotecas.

Y entonces, eclosionó nuestra generación (yo soy del 67).
 
La generación de los nuevos ricos, la generación de “los pelotazos”, del gasto continuo, de la especulación, de la ingeniería financiera, de la exhibición del derroche, la de lo quiero todo y lo quiero ya, la de “papá dame”.

Y todos nos volvimos ricos (en apariencia), todos nos convertimos en gastro-horteras. ¿Conocéis a alguien que se atreva a comer un bocata de chorizo? Le corren a gorrazos por paleto. Ahora hay que comer hamburguesas deconstruidas al aroma de los almendros al atardecer. ¿Y qué decir del vino? Pasamos del Don Simón con Casera, al Vega Sicilia sin fase de descompresión. El vino ya no está “bueno”, ahora tiene matices a fruta del bosque, con un retrogusto alcohólico, que adolece de un cierto punto astringente, con demasiada presencia de roble.
Esto, por supuesto, a golpe de docenas de euro, que para ser un “enterao” hay que pasar por taquilla. ¡Y es que pocas cosas cuestan tanto, como ocultar la ignorancia!

Somos la generación de “endeudarse para demostrar que eres rico”.
Increíble pero cierto.

-          ¿Sólo debes 500.000 €? Es que eres un cutre. Mira, nosotros debemos ya 2.000.000 y nos están estudiando una operación por otros 2 más.

-          Vosotros sí que sabéis sacar provecho al sistema… Ojalá yo algún día pueda deber esas cantidades. ¡Cuánto envidio tus préstamos!

En Alemania no daban abasto a fabricar Mercedes, Audis, BMW para los españoles.

Irrumpió Europa en nuestras vidas y llegó en forma de mega infraestructuras que producían mega comisiones para todos los involucrados. ¡Viva el cazo! ¡Viva el yerno del Rey! ¡Que se besen los padrinos! Además llovían las subvenciones, nos daban una fortuna por plantar viñas y luego a los dos años otra fortuna por arrancarlas. Que llegaba un momento que no sabías si tenías que plantar o arrancar. A propósito, ¿Qué toca este año?

Si algún “tarao” dice que hay que parar esto, se le lapida y  “que no pare la fiesta”. Por supuesto que todos estamos de acuerdo que esto es imposible que se sostenga, pero hay que empezar a recortar por el vecino, que lo mío son todo derechos esculpidos en piedra en la sacrosanta constitución.

De la siguiente generación mejor no hablar (lo dejaré para otro post).
Esa es la generación que dice el aforismo que será pobre, por ser nieta de ricos.

Si somos incapaces de volver a los valores con los que se construye una sociedad sostenible, nos hundiremos, eso sí, cargados de reivindicaciones.

En mi casa siempre he tenido un ejemplo vivo de cordura, honradez y esfuerzo. Y no han sido menos felices que nosotros. Los psiquiatras, de hecho, dicen que al revés, que han sido bastante más. Debe ser que la sencilla tortilla, el melón fresquito, comprar el sofá cuando se podía, poner las cortinas cosidas por nuestra madre, con ayuda de la abuela, trabajar y echarle huevos para emprender (aunque no lo llamaban así) no debía ser mala receta.

Desde aquí quiero dar las gracias a mis padres y a toda esa generación que nos regalaron un país cojonudo, que nos hemos encargado de arruinar (entre todos, que todos hemos aplaudido la locura), y que sólo con que nos descuidemos un poquito más, le vamos a dejar a nuestros hijos un protectorado chino, donde serán unos esclavos endeudados y tendrán unas historias legendarias sobre la prosperidad que crearon sus abuelos, empeñaron sus padres y son incapaces de imaginar los nietos.

Estamos a tiempo de cambiarlo, pero cada vez tenemos menos. Podemos encontrar maestros en casa.
 

sábado, 19 de octubre de 2013

CONTORNO INESTRILLERO
Palacios desgarrados:
Un ramalazo salvaje de la edad
cruza por ellos: un soplo de soledad,
un arrebato de tenaces recuerdos.

Y apesar de todo están en el acceso
con sus indefensos y altísimos muros
y sus grandes espacios, listos
para el acontecimiento excelso
 del ritual, manifestándose frente
a ellos la curiosidad persistente
de las atenciones humanas, ¡fiestas,
rituales de importancia y admiración!

Llegada y salida precipitada
de pájaros de mal presagio,
restos y apariciones de príncipes,
caudillos, señores, sultanes y reyes
con su voz anulada como ríos secos.
 Chirimías de sobresalientes ecos.
Documentos de extremos roídos.
Manuscritos de epígrafes traducidos.
Arcas de lacrados fulgores.
Sepulturas perseverantes.
Palacios quebrados y desmantelados
por vasallos y señores,
vencidos y vencedores.
Historia terminada y principiada,
contada y recontada,
hallada y reencontrada
hasta la secretamente e inesperada
culminación de los tiempos.

En Inestrillas, Contrebia Leucade, 30 de septiembre

de 2013
VILLA DEL CIELO SOÑADA…
 
Inestrillas, villa del cielo soñada
en el farallón dormida,
en el lomo tajador
de ese cerro de codicias
donde vuela en sus primicias
el buitre planeador.

Villa del Alhama incierta
Realenga por más señas,
inviolable en las mesnadas,
siempre tus puertas abiertas.

Pueblo dormido… ¡despierta!
Abre tus alas cenicientas…
Que tienes el cielo abierto
y en el horizonte incierto
puedes fijar tus miradas
y darle una gloria cierta.
 
Tú no eres de este mundo…, no,
eres gloria de otros tiempos…
Del cielo, si, y de sus bravos
y apasionados guerreros…

¡Así es como yo te sueño!

En Contrebia Leucade, Inestrillas, verano de 2013


jueves, 3 de octubre de 2013




    ¡CUANTO HEMOS CAMBIADO EN POCO TIEMPO!


     Y es  que yo no consigo andar por el mundo tirando cosas y cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le ocurre agregarle una función o hacerla un poco más pequeña.
    No hace mucho, con mi mujer, lavábamos los pañales de los críos, los colgábamos en la cuerda junto a otra ropita, los planchábamos, los doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar.
    Y ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos se encargaron de tirar todo por la borda, incluyendo los pañales.
    ¡Se entregaron  escrupulosamente a los desechables! Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las calles guardando los mocos en el pañuelo de tela en el bolsillo.
    ¡¡¡Nooo!!! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una vez por año, el teléfono móvil cada tres meses o el monitor de la computadora todas las navidades.
    ¡Guardo los vasos desechables!
    ¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez!
    ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero inoxidable en el cajón de los cubiertos!
   ¡Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda la vida!
    ¡Es más!
    ¡Se compraban para la vida de los que venían después!
    La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas, vajillas y hasta palanganas de loza.
    Y resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos cambiado de frigorífico tres veces.
    ¡¡Nos están fastidiando!! ¡¡Yo los descubrí!! ¡¡Lo hacen adrede!! Todo se rompe, se gasta, se oxida, se fractura o se consume al poco tiempo para que tengamos que cambiarlo. Te dan una garantía para 24 meses y al 25 se rompe. Nada se repara. Hay que comprar.
    ¿Dónde están los zapateros arreglando las medias-suelas?
     ¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando colchones casa por casa?
    ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el electricista?
    ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones para los talabarteros?
    Todo se tira, todo se desecha y, mientras tanto, producimos más y más y más basura.
    El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40 años que en toda la historia de la humanidad.
    El que tenga menos de 30 años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el que recogía la basura!!
    ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de 70 años!
    Todos los desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a la cuadra, al corral  o a los cerdos (y no estoy hablando del siglo XVIII)
    No existía el plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los autos y en las albarcas de los labradores, y las que no estaban en uso las quemábamos en la Fiesta de San Antón o San Juan.
    Los pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se quemaban. De 'por ahí' vengo yo. Y no es que haya sido mejor. Es que no es fácil para un pobre tipo al que lo educaron con el 'guarda y guarda que alguna vez puede servir para algo', pasarse al 'compre y bote que ya se viene el modelo nuevo'. Hay que cambiar el auto cada tres años como máximo, porque si no,  eres un arruinado. Así el coche que tenéis esté en buen estado. Y hay que vivir endeudado eternamente para pagar el nuevo.  ¡Pero por Dios!

    Mi cabeza no resiste tanto.
    Ahora mis parientes y los hijos de mis amigos no sólo cambian de teléfono una vez por semana, sino que, además, cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
    Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer, la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para cambiarlo) Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos crédito a todo.
    Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar (porque éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes, el primer pelo que me cortaron y no sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a esa gente que se desprende de su teléfono a los pocos meses de comprarlo?
    ¿Será que cuando las cosas se consiguen fácilmente, no se valoran y se vuelven desechables con la misma facilidad con la que se consiguieron?
    En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era para los manteles y las servilletas, el segundo para los cubiertos y el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y guardábamos… ¡Cómo guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!! ¡¡Guardábamos las tapas de los refrescos!! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el barro. Dobladas y enganchadas a una cuerda se convertían en cortinas para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo guardábamos!
    Cuando el mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores descartables. Y las cuchillas de afeitar -hasta partidas a la mitad- se convertían en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban las llavecitas de las latas de sardinas, por las dudas de que alguna lata viniera sin su llave. ¡Y las pilas! Las pilas de los primeros transistores pasaban del congelador al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor o frío para que duraran un poco más. No nos resignábamos a que se terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que un jazmín.
    Las cosas no eran desechables. Eran guardables. ¡¡¡Los periódicos!!! Servían para todo: para hacer plantillas para las botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre todas las cosas para envolver. ¡¡¡Las veces que nos enterábamos de algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!!!
¡Y como no, para limpiarse el culo!

    Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros para hacer belenes de navidad y las páginas del almanaque para hacer cuadros y los goteros de las medicinas por si algún medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque podíamos prender una hoguera de  volcán desde la otra que estaba prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros álbumes de fotos y  carritos, los mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna carta, con la inscripción a mano en una sota de espadas que decía 'éste es un 4 de bastos'.
    Los cajones guardaban pedazos izquierdos de pinzas de ropa y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en una pinza completa, o con ellos hacíamos pistolas.
    Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden 'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de no declarar muerto a nada: ¡¡¡ni a Walt Disney!!!
    Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita', nosotros dijimos que sí, pero, ¡¡¡por qué la íbamos a tirar!!! Las pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas. Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos de acuarelas, las tapas de botellones en ceniceros, las primeras latas de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una botella.    Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se desechan y los que preservábamos. ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡No lo voy a hacer!!! Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad son descartables.
    Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas. Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a hacer. No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne. No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se les discrimina o que valoran más a los agraciados, con brillo, pegatina en el cabello y glamour.
    Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de teléfonos. De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme seriamente entregar a la 'bruja' como parte de pago de una señora con menos kilómetros y alguna función nueva. Pero yo soy lento para transitar por este mundo de la reposición y corro el riesgo de que la 'bruja' me gane de mano y sea yo el entregado.