jueves, 24 de febrero de 2022

 

BUSCANDO NUEVOS CAMINOS


Busco nuevos caminos,

busco rumbos magistrales,

senderos de perfecciones,

caminos de claridades,

donde reine la nobleza

sin sombras ni oscuridades.


Tal vez lo que solicito

no se halle en ninguna parte,

tal vez lo que estoy buscando

sea algo inalcanzable,

pero siento esa ambición

de seguir siempre adelante.


Siento brotar en mi alma

abundantes esperanzas,

torrentes de hermosos sueños

que toda mi esencia bañan

con íntimos sentimientos

más allá de mis entrañas.


Quiero vaciar mis raíces

de bastas vulgaridades,

y adornarla de ambiciones

con los más hermosos trajes.


 

¿QUE ES POESÍA?


Poesía es un sentimiento

que nace del intelecto

procedente del intento

de ordenar el pensamiento.


Este arranque poderoso

de la inspiración del alma,

se nos muestra vigoroso

con suave armonía y calma.


Y cuando escribe un soneto,

un terceto o un cuarteto,

aparece un nuevo canto

alcanzando el gran momento.

¡Eso es poesía!

 RECUERDOS DEL AYER


Aferrado a los recuerdos del pasado.
Veo una ermita, un prado y un río,
unos amigos que me llaman con enfado,
y un campo donde trabajó el padre mío.

Todo lo recuerdo…
El cielo, la rabosa y el crucero,
mis paseos por el valle y por el prado,
y los locos bailes a los sones del gaitero.

Abro las ventanas de mi existencia
para que el aire corra por la estancia,
espero el perfume del rocío de la umbría
que llenará de energía toda el alma mía.

Y a sí un día, y otro día, y en otra época…,
pienso en mi pueblo, en España y en Europa
y me acongoja de estar tan lejos y tan cerca
y no ser Tauro, aquel que nada y que galopa.

Solo espero del viento los ronquidos
y de las más altas montañas su señal,
de Europa espero sus latidos,
y de vosotros, amigos, espero una despedida cordial.

lunes, 14 de febrero de 2022

EL TRANSCURRIR DEL TIEMPO

Si hace ochenta años me hubieran preguntado que iba a ser de mi transcurrir de la vida, no hubiera hecho ningún caso. Es lo que tiene el haber vivido tantos años y tan lúcidamente, ahora, en el ocaso de mi existencia, me da por recoger algunos aspectos de esta larga y dilatada edad.

Por la gracia de Dios, mi memoria es perfecta, por donde quiera que mire, todo lo veo claro y todo cuanto observo me hace mirar al pasado y preguntarme… ¡Cómo cambian las cosas con el tiempo Ricardo!

Sí, cambian las cosas y cambiamos nosotros; recuerdo mi niñez arropado por mis padres y mis abuelos, durante mi infancia fui muy feliz y a medida que la primera juventud avanzaba iba dándome cuenta y pensando en lo que vendría después, algún trabajo, más responsabilidad, más preocupaciones, y, así iba sucediendo, todo comenzaba a cambiar, a los doce años fui a Madrid a pasar una temporada con los tíos, dejando atrás los correteos y algarabías de la más tierna juventud; poco tiempo después volvería al pueblo donde los amigos me hacían mil preguntas sobre mi estancia en la capital, a los catorce años volvería a Madrid para comenzar a estudiar y para ello los tíos me llevaron al colegio San Mateo, dos años después, tuve que dejar el colegio y volver a casa, mi padre estaba muy grave y con dieciséis años tenía que sacar la casa adelante, cuando mi padre se recuperó yo ya tenía dieciocho años y mi vida ya estaba trastocada y no sabía que hacer.

A medida que pasaba el tiempo, mi vida se iba transformando y atrás quedaban aquellos años de niñez y primera juventud, con ello se olvidaban los recuerdos cariñosos de los tíos, los abuelos ya habían muerto y mis padres se hacía muy mayores, los amigos se habían desperdigado unos se fueron al norte, otros al sur y otros a la gran ciudad, poco o nada quedaba de aquellos felicísimos años.

Mi madre tenía un pariente en Ávila que era Coronel y Secretario General de la escuela militar de Oficiales de Infantería y le pidió consejo, resultando que, marché hacer el servicio militar al Parque Central de Transmisiones de El Pardo en Madrid donde pasé una exquisita campaña militar. De vuelta de la mili aún se ponía más oscuro mi porvenir, mi madre se puso en contacto con su sobrino en Barcelona y este me colocó como representante en una firma de perfumería francesa, Renaud Germayn, allí comencé mis primeros pasos en las relaciones humanas y mercantiles, el transcurrir del tiempo fue como el paso-doble, todo seguido y sin pisar.

Al tiempo, mi vida se balanceaba y mi forma de pensar ya era otra, había que sentar la cabeza, pues había conocido a la chica que hoy es mi mujer, las cosas iban a cambiar drásticamente, ya no valía ir de aquí para allá, había que asentarse en el trabajo con todas las consecuencias y lo hice trabajando en una nueva empresa, Colgate Palmolive Ajax que con el tiempo pude pedir traslado y venirme a Logroño, dejando la ciudad agobiante de Barcelona.

Lejos quedaban aquellas empresas en las que trabajé con tesón y ahínco, Renaud Germayn, Idiomatex, Viuda de Enrique Tormo, Ediciones Balmes, Colgate Palmolive y la última y definitiva Papelera del Ebro donde me he jubilado después de treinta y cinco años trabajados y un infarto

El infarto lo tuve a los cincuenta años, este también me cambió el paso de la vida, me cambió en muchos aspectos sobretodo en el aspecto cotidiano de mi trabajo y en las relaciones con los demás y familiares; estar pendiente de lo que te dicen los médicos y cambiar el sentido de la vida es muy duro, cuesta mucho y hace falta mucha ayuda ya que uno solo se olvida de lo principal, cumplir a raja tabla con las obligaciones impuestas y ser fiel a ellas pues de lo contrario te ves hundido en lo más profundo de tu estado.

Para más inri tenía dos ofertas de trabajo, una de don Pedro Vivanco, otra de la propia empresa donde trabajaba. A don Pedro le dije no, a ser Director general para el grupo de sus bodegas “Dinastía Vivanco”, le indiqué que debido a mi infarto no podía responderle como quisiera.

A don Ceferino dije no, para ocupar la vacante de Director comercial, le presenté a uno de mis compañeros que si podría ocupar el puesto y que era una persona preparada para el puesto al que contrató; al cumplir los sesenta años, tuve que jubilarme, porque comenzaba a entrar en la rueda que anteriormente me había llevado al infarto, -el estrés laboral-.

Hoy ya jubilado y a mis ochenta y un años, me cuido…,? (creo que me cuido) y me dedico a escribir lo que siempre me gustó, “poesía”, y también como no, paso ratos muy entretenidos en la viña que cultivo y haciendo el mejor vino posible. Y aquí estoy viendo pasar el tiempo y dando gracias por seguir adelante, pues…, el todo Poderoso, me está regalando la vida.


AQUELLOS AÑOS DEL CUARENTA Y PICO

Se dice que la historia escrita es la mejor memoria de la vida; ami me gusta dejar escritos los recuerdos vividos, siempre que los recuerde, pues es la más verdadera leyenda de lo que pasó hace tiempo, por el contrario la historia se tergiversa y da lugar a hechos que nunca sucedieron.

Hoy, voy a contaros algunos relatos y también algunas anécdotas, particularidades surgidas y vividas en esta corta pero interesantes momentos de mi existencia. (lo cuento ya en el ocaso de mi vida)


Recuerdos de nuestra juventud.

Cuando apenas tenía 6 años y aún no sabía nada de la vida, ni tampoco me preocupaba, (supongo que como a casi todos los niños) me quedaba mirando a mis padres en el hogar al calor de la lumbre de la chimenea, y me quedaba como extasiado, como si comprendiera que aquello que mis padres hacían o decían sería lo mismo que un día me sucedería a mi; veía y escuchaba a mi madre cómo leía las historietas de Emilio Salgary para entretener y contarle a mi padre esas admirables aventuras, y no es que mi padre no supiera leer, es que le gustaba que se las leyera mi madre mientras el echaba una cabezada al calor de la lumbre del hogar.

Aquellos inviernos de los años cuarenta y tantos no son como los de ahora y menos aún si comparamos pueblo y ciudad; los inviernos de entonces eran muy fríos, llovía y nevaba mucho y las temperaturas bajaban hasta menos 10º y algunas veces más. Lo único que podía hacerse era cuidar los animales y descansar, pues en cuanto despejaba había que recuperar el tiempo perdido, además, había que recoger y aprovisionar la casa por si volvía de nuevo a caer la temperatura; todo lo que en el pueblo ocurría era ajeno a lo que pasaba por otros pueblos, ciudades o lugares, era el día a día de una aldea perdida en el Valle del Alhama, un valle maravilloso el resto del año. pero el invierno era muy duro.

Antes de la llegada del invierno los aldeanos se ocupaban de tener los bardales llenos de leña, los lauriles llenos de piensos para los animales y las cambras preparadas de alimentos para las personas, pues nunca se sabía si el invierno iba a ser largo, había un refrán que decía…, -la vieja que supo vivir guardó pan para mayo y leña para abril-, quería decir que el invierno se podía alargar más de la cuenta.

A nosotros los chavales lo que menos nos importaba era el tiempo que hiciera, aunque preferíamos el buen tiempo para nuestras correrías; aventuras de jóvenes que nos llevaban aveces al peligro que nunca imaginábamos, por ejemplo…

Un día, decidimos durante el recreo de la escuela quitarle los huevos del nido a los buitres del peñón de “Peña Buitrera” para ello contábamos con un buen escalador y poco miedoso a las alturas, a los animales o aves, contábamos con Pilaro. Un domingo, como festivo, nos reunimos todos al pié del peñón y allí hicimos memoria de como íbamos a subir a más de 100 m, de altura, a medio peñón; Pensado el asunto decidimos que sería mejor bajar que subir, unos cuantos a bajo y el resto arriba y entrar por la “Cabeza del Quemado,” una vez allí Pilaro se dejaría escurrir hasta el vasero que formaba la piedra y arrastrándose llegaría hasta la cueva donde anidaban los buitres, lo que no contábamos era como saldría y si los buitres le atacarían; todo iba bien hasta que un saliente que desde abajo no se veía no le dejaba seguir su camino hacia la cueva y no podía seguir adelante..., por ello tuvo que volver atrás con el consiguiente inconveniente de tener que darse la vuelta donde no podía y por lo tanto no sabíamos como ayudarle, además, se estaba haciendo de noche; allí durmió hasta el lunes por la mañana que todos a una y sin ir a la escuela nos desplazamos hasta el peñón para ayudar a Pilaro, con sorpresa vimos que venía de vuelta, el sólo había resuelto el problema, de allí a la escuela y todos a callar, pues el maestro tenia una vara muy larga y pegaba en las orejas.

Otro día quisimos arrebatar un nido de gavilán en el “Cerro de la Horca”, también echamos mano de Pilaro, pero este dijo que no subía tan alto, por lo que se decidió que subiera Carlos, (el “Marusiño”) llevamos dos escaleras que había que unirlas atándolas y así lo hicimos pero… estas no llegaban a la cueva donde estaba el nido por lo que se decidió bajarlo desde arriaba atado a una larga soga y a sí se hizo, una vez dentro de la cueva llegó el problema; ¡no podía salir! La cueva era tan justa a su cuerpo que no podía darse la vuelta para agarrarse a la soga…, ¡vaya lio…!

Volvimos al pueblo a por otra soga para bajar a otro y ayudara a Carlos, esta vez y como era el más pequeño y aguerrido lo hizo Anacleto (el “Cachín); lo bajamos y al llegar a la altura de Carlos le ayudó a salir de la cueva de tal manera que los que estaban arriba no pudieron sujetar bien la soga y esta resbaló hacia a bajo quedando colgado a unos 15 metros del suelo, estos sin previo aviso y para que no se asustara Carlos, soltaron la soga y cayó monte a bajo sin más consecuencia que una pequeña fisura en la pierna; a Anacleto se le subió tirando de la cuerda sin ningún problema.

Como ya era primavera bien entrada esta nos invitaba a salir al río y a las choperas, había un soto donde a su orilla y junto al río crecía una pequeña y bonita pradera, allí nos acercábamos a jugar;un día decidimos ir a tirar “carburos”,

esto era una pequeña piedra de carburo en un pozo con agua y este tapado con un bote que llevaba en su parte superior un pequeño agujero, uno de los amigos tapaba con el dedo el agujero para retener el gas y otro con una camorra de maíz encendida lo acercaba, soltaba el dedo y al salir el gas el bote salía disparado a varios metros de altura. Un día el que taparía el agujero con el dedo sería Anacleto y todo nervioso puso el bote un poco inclinado con tan mala suerte que al arrimar la camorra encendida el bote salió disparado en dirección a la frente de Anacleto haciéndole una buena brochalera, corriendo le metimos la cabeza en el río para lavarle la sangre pero esta no paraba de fluir, lo llevamos a su casa diciendo que se había caído, le dieron siete puntos.

Nos gustaba ir a Cruña a jugar y escondernos por las cuevas; un día fuimos chicos y chicas; los más atrevidos y ante las chicas escalábamos los riscos más imposibles, yo Ricardo subí a lo alto y allí había una gran piedra suelta, desde arriba les decía si la empujaba, unos decían que no podría y otros que empujara, las que más animaban eran las chicas así que, Ricardo empujo la piedra y salió disparada rodando, dando saltos como un balón y con tan mala suerte que Vitorina una de las chicas no se apartó a tiempo y la pilló de lleno en todo el pecho tirándola hacia atrás varios metros, como no se dejaba ver el pecho haber si se había roto alguna costilla, llamamos a su padre para que la recogiera, este señor se puso con nosotros como una fiera pero como Vitorina no tenía nada roto todo quedó en un susto.

Algunos domingos bajábamos con nuestra cabalgadura al prado de Cruña, después de pasar la tarde divertida volvíamos como don Quijote con nuestra gran caña en forma de lanza; un día Carlos “Marusiño” llevó su burro, un burro sin capar (castrar) y se le ocurrió soltarlo en el prado, como había barias burras y algunas se encontraban a falta de burro, este se volvía loco intentando montar a alguna, nosotros atónitos mirábamos la envergadura de su verga..., luego quisimos ver como se montaba y todo fue una tarde de risas y cachondeo.

En “Tras del Prado”, hay un lugar que se le llama la “Mina”, allí, se llevaban los animales muertos, y al poco tiempo los buitres se los engullían; un día decidimos coger un buitre y pasearlo por el pueblo, pensamos en hacer una cabaña con matas de maíz para colocarla en el lugar donde dejaran un animal muerto, de esta manera estaríamos cerca de los buitres y agarraríamos alguno por la cola, en la cabaña cabían tres, los demás esperaríamos detrás de una pared para salir corriendo a ayudar a los que habían atrapado el buitre, lo que no sabíamos es que estas aves se volverían en contra nuestra, y… así sucedió.

En la cabaña se esconderían, Carlos, Anacleto y el Peña y detrás de la pared el resto; estuvimos atentos a cualquier animal que llevaran a la “Mina” y el día que ocurrió todos juntos nos fuimos a la “mina” de “Tras del Prado”, iniciamos los preparativos, nos escondimos y a esperar que llegaran los buitres a comer, al poco llegaron las picarazas, los cuervos y los arrendajos…, ya no tardarían los buitres en aparecer; pronto vimos a los buitres haciendo círculos en el cielo, cada vez bajaban más, hasta que comenzaron a dejarse caer al suelo y a saltos acercarse al animal muerto; cuando todos estaba comiendo y riñendo, en su confusión, salieron de la cabaña los amigos y los buitres comenzaron a querer marchar volando pero sus alas eran de tal envergadura que pegaban en el suelo y no podían alzar el vuelo; los demás salimos de nuestro escondite para ayudarles pero uno se abalanzó sobre el Peña dándole tal picotazo que le arrancó la manga de la camisa, suerte tuvo el Peña…, los demás al ver que los buitres se volvían contra nosotros crocitando nos asustamos, entonces y viendo de verdad el peligro salimos a todo correr.

Pronto iniciamos una nueva salida para atrapar un buitre; un día llevaron el cadáver de un animal muy grande y pensamos que sería bueno dejarles comer hasta que se hartaran, de esta manera y al estar tan llenos pesarían más y sería más fácil agarrar alguno y así lo hicimos; como el animal -la vaca- era tan grande dio tiempo para que llegaran más y más buitres además de alimoches, quebrantas, cuervos y toda clase de aves carroñeras, había tal cantidad que no nos atrevimos a salir del escondite pues lo veíamos muy peligroso; cuando comenzó a anochecer todas las aves comenzaron a marchar en una procesión que daba miedo ver y oír sus aleteos, riñas y cantos de cuervos y buitres. Viendo imposible hacernos con el ave y llegando la noche decidimos volver a casa.

A medida que pasaban los años el grupo de amigos se iba disolviendo, unos marchaban a estudiar, otros buscaban trabajo fuera del pueblo y otros voluntarios al ejército.

Cuando nos volvíamos a encontrar en el pueblo, todo era recordar aquellos felices días de juventud, siempre había alguno que seguía recordando las historietas pasadas; nos recordaba Benito como arrebató de la bicicleta en la que Jesús llevaba montada a una chica y este no se dio cuenta que se la habían quitado y que no la llevaba hasta pasados unos kilómetros, el padre de la chica al enterarse quiso darle una paliza a Jesús; como sabíamos del mal genio del hombre para que este no encontrara a Jesús lo escondimos en una comporta (utensilio para acarrear uva y mosto) pero la comporta se calló y marchó dando vueltas hasta el río donde casi se ahoga.

Hoy, cuando escribo estas aventuras juveniles, sólo quedamos tres de los más de diez amigos que éramos, los recuerdos cuando los comentamos, nos llenan de tristeza y de angustia; además, vemos como son ahora estas cuadrillas de jóvenes y no hay comparación posible, no quiero ni explicarlo porque no lo haría bien.


LOS POYOS DE LA IGLESIA DE LA NATIVIDAD DE INESTRILLAS

De los mismos sillares con que hicieron la iglesia de la Natividad de Inestrillas y de ellos los enormes contrafuertes que empuja y sujeta a la iglesia contra la montaña, se hicieron dos poyos a un lado de la puerta para que la gente se sentara a descansar o a tomar el sol.

Recuerdo hace muchos años a los mayores del pueblo ir a la iglesia a misa, ir con tiempo para estar sentados al sol en aquellos poyos y cuando las campanas daban la tercera señal, todos al unísono iban entrando a la iglesia a oír la santa misa, tanto los de izquierdas como los de derecha, no había clases.

También en aquellos asientos en las tardes de invierno se sentaban mujeres y hombres a jugar a la brisca o a hacer calceta al mismo tiempo que tomaban el sol, pues allí en aquella puerta de la iglesia daba el sol desde que nacía hasta que se ponía.

Son recuerdos que han quedado en la memoria de muchos, ver aquella iglesia semi-rupestre llena de gente curtida por el tiempo, los años y la sabiduría. ¡Cuantos recuerdos acumulan escaleras, bancos o poyos y esa

iglesia donde tantos hemos sido bautizados…,! El sol sigue calentando aquellas paredes y aquella vetusta puerta, sol que podría contarnos largas historias de aquellos hombres que buscaban su calor y su luz…, gente de ayer, que se nos fueron casi-todos, sólo nos quedan sus recuerdos.


Ricardo Lalinde López