IDILIO
EN EL VALLE DEL ALHAMA
¿Por
qué a mi valle soleado viniste
cubierta
con el último ropaje
de
un ocaso dorado?... Ves el paisaje,
baldío
y triste, inmensamente triste.
Si
vienes con dolor y en él colmaste
tu
corazón, bien vienes al paraje
desierto,
donde apenas un ramaje
de
lo que fue mi mocedad existe.
Mira
el paisaje inmenso allí abajo,
extendido
por todo el Valle arriba;
en
su hondo trazo, la sierra esquiva
perforada
por el tremendo tajo.
Los
árboles arrancados a cuajo
por
la acometida del agua viva;
y
en aquella floresta pensativa
y
feliz, ni una senda ni un atajo.
Asolador
escenario candente
donde
se paran los buitres berrendos
con
vuelos triunfadores y serenos
como
clavos que se hincan lentamente.
El
ventarrón, entre álamos preso,
canta
con una música divina,
fingiendo
con la húmeda neblina,
un
perdurable y solitario beso.
Vibran
en el crepúsculo sus ojos
y
su dorada cabellera brava
que
en mi corazón y mi alma se clava
como
un dardo de pasión y enojos.
La
ribera amarguísima y pobre
enjuta
cuenca de páramo muerto,
en
el gris horizonte, como puerto,
el
peñascal desamparado encubre.
¡Que
triste y abatida lontananza!
¡Qué
inexorable y áspera verdura!
Flota
en tus paisajes la bravura
de
aquellos labrantíos de esperanza.
Y
la oscuridad peregrina danza
con
su negra y trágica envoltura,
con
el alma ancha, llena de amargura,
por
el Valle del Alhama avanza.
Regreso
a mis soledades vacías,
esencia
de mis imágenes muertas...,
cúmulo
de mis palabras desiertas...,
oscuridad
de inenarrables poesías.
Ricardo
Lalinde López
Logroño,
12 de noviembre de 2015
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