jueves, 12 de noviembre de 2015


IDILIO EN EL VALLE DEL ALHAMA


¿Por qué a mi valle soleado viniste

cubierta con el último ropaje

de un ocaso dorado?... Ves el paisaje,

baldío y triste, inmensamente triste.



Si vienes con dolor y en él colmaste

tu corazón, bien vienes al paraje

desierto, donde apenas un ramaje

de lo que fue mi mocedad existe.



Mira el paisaje inmenso allí abajo,

extendido por todo el Valle arriba;

en su hondo trazo, la sierra esquiva

perforada por el tremendo tajo.



Los árboles arrancados a cuajo

por la acometida del agua viva;

y en aquella floresta pensativa

y feliz, ni una senda ni un atajo.



Asolador escenario candente

donde se paran los buitres berrendos

con vuelos triunfadores y serenos

como clavos que se hincan lentamente.



El ventarrón, entre álamos preso,

canta con una música divina,

fingiendo con la húmeda neblina,

un perdurable y solitario beso.



Vibran en el crepúsculo sus ojos

y su dorada cabellera brava

que en mi corazón y mi alma se clava

como un dardo de pasión y enojos.



La ribera amarguísima y pobre

enjuta cuenca de páramo muerto,

en el gris horizonte, como puerto,

el peñascal desamparado encubre.



¡Que triste y abatida lontananza!

¡Qué inexorable y áspera verdura!

Flota en tus paisajes la bravura

de aquellos labrantíos de esperanza.

 
 
Y la oscuridad peregrina danza

con su negra y trágica envoltura,

con el alma ancha, llena de amargura,

por el Valle del Alhama avanza.

 
 
Regreso a mis soledades vacías,

esencia de mis imágenes muertas...,

cúmulo de mis palabras desiertas...,

oscuridad de inenarrables poesías.




Ricardo Lalinde López



Logroño, 12 de noviembre de 2015






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