jueves, 29 de julio de 2021

 

LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

El ser humano puso nombre a las cosas. Al hacerlo, es como si las dotara de una realidad distinta a lo primitivo. De alguna forma pasó a poseerlas. A través de esa nominación, pasó a estudiar la naturaleza, el conjunto de seres con los que se iba encontrando. Los más cercanos y los más lejanos, como los astros que veía en el cielo al alzar su vista.

Encontrar guaridas naturales donde pasar la noche y defenderse del frío, de la lluvia y de animales peligrosos, tuvieron que ser preocupaciones habituales, elaborar alojamientos transitorios con esos fines era lo natural y esto también ocurría en el farallón de Inestrillas, hasta que en su evolución acabaron por construir poblados ya más definitivos como tapiar las cuevas bajas de los roquedos o construir nuevos asentamientos en forma de chozos.

Eran omnívoros. Primero recolectores crudívoros: frutos, insectos, gusanos, huevos de aves, pececillos… Luego, al descubrir el fuego, se convirtieron en cazadores, persiguiendo animales herbívoros, de cuya carne se alimentaban y con cuyas pieles se taparían.

En ese proceso se hicieron pastores. Rebaños de ovejas y cabras, les proporcionaban carne, leche y lana. Necesitaban pastos, por lo que se tornaron nómadas. La domesticación del lobo, convertido en perro guardián les serviría de ayuda en esas tareas.

Otra etapa en la historia del pueblo fue el descubrimiento de la agricultura. ¿Fueron mujeres sus iniciadoras?. Con ello el sedentarismo se implantó en varias áreas de la tierra. En torno a ríos, empiezan a surgir civilizaciones importantes. Hay excedentes en épocas de abundancia y hambruna en las de sequía. Una progresión social surge y comienza el comercio entre unos pueblos y otros.

Se inventa la escritura y aparece la contabilidad que junto con el dinero facilita el comercio, mejor que el trueque de unas mercancías por otras.

Esas actividades humanas empiezan a alterar la naturaleza. La quema de matorrales para facilitar los pastos. Las alteraciones del terreno por las labores agrícolas. Los canales de riego, las talas de árboles, el arranque de piedras y su acarreo para la construcción de las primeras ciudades.

Pasaron los siglos y las alteraciones fueron en aumento. Un genio de la construcción aparece, se llama Roma, obras de calzadas, acueductos, templos, coliseos, teatros, cloacas, puertos se abren ante nuestros ojos.

La Edad Media europea sigue sus pasos: los templos prerrománicos, románicos, góticos suscitan todavía nuestro reconocimiento. Como los viejos burgos amurallados, impactaban en la vida de la naturaleza, pero de una forma limitada. La forma de producción, superada la era esclavista de los imperios, era mixta: siervos al servicio del señor feudal -civil o eclesiástico-, campesinos libres con sus pequeñas propiedades y bienes comunales, artesanos agrupados en gremios en ciudades celosas de su autonomía.

Pero poco a poco en la baja Edad Media iba a surgir otra forma de producción: el capitalismo. Fue una revolución que pretendía convertir en mercancías el trabajo humano, la tierra y el dinero.

Los resultados saltan a la vista de todos: cambio climático, destrucción de la biodiversidad, contaminación del aire, la tierra y de ríos y mares, agotamiento del agua dulce…Los grandes intereses económicos lo niegan cínicamente, y en esas estamos…

Ahora ha comenzado una nueva era económica, social y política, se llama CORONAVIRUS o COVI19.

¡Que Dios nos asista ante esta nueva y grave situación!


Ricardo Lalinde López / 23 de julio de 2021

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Jose Angel Lopez, A Sonia Lalinde Vidorreta y una persona más



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