sábado, 28 de abril de 2012

         ELEGÍA XII
     (La vejez de un pueblo)
       
  Por el valle del Alhama
solitario, triste y viejo,
caminan las pobres almas
en cabizbajo silencio;
  ancianos con muchos años
pueblan el valle de mi alma,
a quienes la juventud un día
abandonaron con rabia.
  Arrastrando los pies poco a poco
suben para volver a bajar,
calle arriba, calle abajo
en su triste caminar;
  de vez en cuando en sus ojos
una lágrima aparece
y ahogarse en el pecho sienten
mil recuerdos que aparecen.
  Con ellos van las virtudes,
el honor y la añoranza,
van los sagrados valores
el trabajo y la esperanza.
  ¡Qué carrera tan hermosa
hicieron en la labranza,
aprendieron a ser nobles
sin mentiras ni falacias!.
  Contemplo su augusta edad
y sus consejos de viejos,
con verdades muy severas
de virtudes y defectos;

  y vieron hijos y nietos
en sus venerables canas,
los valores más hermosos
que dieron su estirpe hidalga.
  Soñadores descendientes
de aquellos que con su azada
dieron de comer en casa
con el jornal que ganaban.

  Las cosas ahora han cambiado
y el pueblo ya no es tan bueno;
se marchan a las ciudades
los jóvenes con sus sueños;
  a su juventud presentan
mil adulterios y danzas,
amistades peligrosas
sin saber aún adaptarlas.
  Esos superfluos gastos
que invitan a vivir bien,
son deidades paganas
que te ofrecen por doquier.
  Hembras con la frente erguida,
con arrogancia lasciva,
van provocando miradas
por el vicio corrompidas;
  y así un día tras de otro,
entre risas, vino y golfas
el día y la noche pasan
sencillamente entre pompas.

  Supieron vivir del campo,    
 cultivaron sus aspiraciones,
lo regaron con sus sudores
y de él recibieron mil dones.
  Los hijos al lado del padre
aprendieron a laborar,
y con prudencia y trabajo
la tierra les daba el pan;
  a ellos repartió sus bienes,
les entregó tierra y casa,
con ellos trató el casamiento
con la inocente aldeana.

  Pero hoy todo ha cambiado;
se fueron a las ciudades
aquellos mozos de ayer
que eran la esencia y la miel;
   y por eso a nuestros pueblos
ha llegado la vejez,
porque aquí no hay cortesanas
ni vicios que entretener.

(De mi libro (“Atardecer en el Alhama”)

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