lunes, 24 de junio de 2019

A LA VIEJA FENESTRELLAS

A la orilla del Alhama
que corre incierto y sedoso
bajo el farallón rocoso
que bate el cierzo y que brama;
se alza en robusta solana
fortín ancho cuadrangular
que un líder mandó edificar
donde el hombre se encarama
para guardar el Alhama
de los que vienen a atracar.

Contra el viento borrascoso
sus almenas no se mueven
ni acosan ruidos que eleven
la dignidad del coloso.
El valle queda en reposo
y mil veces pensativo,
pues sólo se advierte el ruido
de los vientos que le azotan
de las palomas que cantan
y los buitres en su nido.

Mas si arrecia la batalla
el viento gruñendo choca
contra la empinada roca
que allí sirve de muralla…,
cuando en la empinada valla
brama el temporal violento
él, inmóvil en su asiento;
castillo que amenazaría
a la irracional sinfonía
de la violencia del viento.

Dio bondadoso un monarca
señorío, a doña Sancha
de aquella Villa tan ancha
de aquella áspera comarca.
Todo lo que el ojo abarca,
desde el largo parapeto
hasta el farallón sujeto,
no hay amo en la ancha Castilla
ni en el Reino ni en la Villa
que no le guarde respeto.

Para magnificar sus bríos
contra ladrones y moros
le entregó el rey dos tesoros...,
beneficios y señoríos,
y renunciando a los impíos
pensamientos de Lucifer
que desorganizado y cruel
saquea, incendia, arrasa y mata
es él quien más arrebata
a los derrotados por él.

Gusta ver a Doña. Sancha
su cara y negro cabello
que cubre a su rostro bello
con sagacidad y dicha.
Cuando en la fronda resuena
la trompa brusca de caza,
con mucho temor abraza
a la mesnada inocente
y huye miedosa la gente
de semejante amenaza.


Desde su empinada roca
baja al vulnerable llano
blasón y acero en la mano
y un crucifijo al que invoca.
Arenga con rabia loca
el ansia de su mesnada
y no cesa la algarada
que a la población castiga,
sólo cuando se fatiga,
más que cuando coge espada.

De carácter dura y torva
complacele vivir en paz
y si hay incendio capaz
elimina cuanto estorba,
a su paso todo encorva,
cualquier discurso la altera,
goza de la lucha fiera
y con el botín que cobra
vuelve como ella acostumbra
a su morada roquera.

La hoguera chisporrotea
y en la negra chimenea
quema leña de una encina
que el ancho lar ilumina,
y entre sus pies se reclina
su grande cabeza un lebrel
que por su reluciente piel
vivo resplandor derrama
la roja y vibrante llama
que se agita delante de él.


Hay en el valle y su hondura
un nogal seco y sus yemas
separado por las ramas
de su especial hermosura,
la escarcha le da blancura,
le da un porte funerario,
pues se alza en solitario
oscurecido y escueto
como robusto esqueleto
bajo su albino sudario.

Cuando penetra el huracán
rasga, calcina y devasta
y solo un alma insensata
en un rato tan aciago
culpa al tiempo del estrago
y no a Dios que lo desata…
Y desde el día que yo nací
ando rabioso y convulso
pendo del extremo impulso
y sin ser genial complací.

Justicia jamás dormida,
callada y terco testigo
que no deja sin castigo
ninguna muerte en la vida.
La
razón calla y olvida
mas,
¿quien atiza su yugo?
El Sumo Creador si pudo
que a solas con el pecado
fueses tu para el culpado
fariseo, juez, y verdugo.

Ricardo Lalinde López

Inestrillas, 15 de junio de 2019



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