miércoles, 13 de junio de 2012

REFLEXIÓN SOBRE LA LÍRICA

Mientras no se conocieron las letras, o no era de uso general la escritura, el depósito de todos los conocimientos estaba confiado a la poesía. Historia, genealogías, leyes, tradiciones religiosas, avisos morales, todo se consignaba en cláusulas métricas, que, encadenando las palabras, fijaban las ideas y las hacían más fáciles de retener y comunicar. Las primeras historias fueron en verso. Se cantaron las hazañas heroicas, las expediciones de guerra y todos los grandes acontecimientos, no para entretener la imaginación de los oyentes, desfigurando la verdad de los hechos con ingeniosas ficciones, como más adelante se hizo, sino con el mismo objeto que se propusieron después los historiadores y cronistas que escribieron en prosa. Tal fue la primera epopeya o poesía narrativa; una historia en verso, destinada a transmitir de una a otra generación los sucesos importantes para perpetuar su memoria.
Más en aquella primera edad de las comunidades, la ignorancia, la credulidad y el amor a lo maravilloso debieron por precisión adulterar la verdad histórica y plagarla de patrañas, que, sobreponiéndose sucesivamente unas tras otras, formaron aquel cúmulo de fábulas y leyendas, mitológicas y heróicas, en que vemos hundirse la historia de los pueblos cuando nos remontamos a sus fuentes. Los rapsodas griegos, los ascaldos germánicos, los bardos bretones, los troveros franceses y los antiguos romanceros castellanos, pertenecieron desdeluego a la clase de poeta historiadores, que al principio propusieron simplemente versificar la historia: que la llenaron de cuentos maravillosos y de tradiciones populares, adoptados sin examen, y generalmente creídos; y que después engalanándolas con sus propias invenciones, crearon poco a poco y sin designio un nuevo género, el de la historia ficticia . A la epopeya-história sucedió entonces la epopeya histórica, que toma prestados sus materiales a los sucesos verdaderos y celebra personajes conocidos, pero entreteje con lo real lo ficticio, y no aspira ya a cautivar la fe de los hombres, sino a embelesar su imaginación.

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