viernes, 21 de septiembre de 2012





                     EPÍSTOLA VIII
                    
Ciegos están los hombres de ambición insana
y en los frutos prohibidos han hecho presa;
Dios dijo al verlos: ¡Cuánto me pesa!
Como el sol que nos alumbra por la mañana vencen
las sombras de la noche espesa;
así tu gracia celestial, Señora nuestra, aplaca la justicia
en este pueblo que ante Ti se muestra.

¡Bendita seas Tú, Madre del Prado, gloria del día,
Tú que ante el Padre agradas tanto;
que por Ti al pueblo ha bendecido, y en tu seno purísimo
se reconcilia en abrazo santo;
 Dios y los hombres de este pueblo redimido te quieren tanto,
que esperan que Tú les ayudes a enjugar su llanto.
Tú eres la azucena que perfuma nuestros montes y los llanos.
Tú eres la fuente cristalina que mitiga nuestra sed   
y la de nuestros campos.
Tú eres el faro que nos ilumina y nos lleva al puerto deseado.
¡Tú lo eres todo, Madre del Prado Inmaculada,
porque fuera de ti, limpio no hay nada!

(De mi libro, "Como salen del alma")

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