viernes, 17 de febrero de 2012



QUÉ FELIZ ERA MI CASA

Qué feliz era mi casa
cuando mi padre vivía,
cuando mi madre cantaba
a todas horas del día.

Qué alegre era mi casa
desde que amanecía,
y alegre seguía siendo
cuando el sol ya se ponía.

Qué regocijo y templanza,
cuánta armonía y sosiego,
cuánta ilusión se ponía
en toda la hacienda mía.

La vega olía a verde,
el monte a té y romero
y las flores de los prados
adornaban los senderos.

Cuando el sol ya se ponía
y la luna se asomaba,
volvían los labradores
a descansar la jornada.

Qué feliz yo me sentía
entre toda mi familia,
había buenas maneras,
había cantos y risas,
me contaban mil historias
de sus abuelos y hermanos.

Cuando llegaba el verano
y la chicharra cantaba,
ya se notaba el trajín
de hoces y de zamarras
para cortar por los píes
a las ya blancas cebadas.

Les llevaba la comida
a los rudos segadores,
y acarreaba con mulos
el trigo de sus sudores.

Qué alegría y que ilusión
cuando la mies les llegaba
más allá del cinturón;
qué alegría daba ver
la cebada boca abajo
con la cabeza al revés.

¡Tan feliz yo me encontraba!
¡Me sentía tan contento
que se pasaban los días
como viviendo en un cuento!

Cuando llegaba el invierno
y al campo no se salía
me contaban mil romances
y otras muchas poesías;
los viajes de Marco Polo,
Fierabrás de Alejandría...

De nuevo la primavera
traía flores hermosas,
en el valle mil violetas
con miles de mariposas;

y los muchachos reían,
y los pájaros cantaban,
la llegada del buen tiempo
a todo el mundo alegraba.

Así de felices fuimos
en esta familia mía
hasta que murió mi padre
y mi madre envejecía.

La tierra se volvió árida,
no había cantos ni risas,
ni romance, ni poesía;
pero había que hacer frente
porque la vida seguía.

Pero yo ya he entendido
lo que mi madre decía:
“Hay que ser fuertes, hijos”,
¡ pues Dios así lo quería ¡.

(De mi libro, “Cantos de Amor y Esperanza a Orillas del Alhama”

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