miércoles, 25 de julio de 2012

        RECORDANDO A DON EUSEBIO MAJUELO  

¡Cuántas veces me viene a la memoria su alegre sonrisa, sus festivas gracias, sus ricas y entretenidas conversaciones! ¡Cuántas sus conceptos briosos, aquellos divinos consejos que nos formaron el corazón y nos introdujeron al templo de la virtud y la filosofía ¡Oh, querido Eusebio!, a ti solo debemos que las Musas nos den sus blandas inspiraciones y Apolo su lira celestial, a ti debemos vernos liberados de las brumas de la ignorancia buscando  la sabiduría en el Santuario del Prado, y no se contenten con su mentida sombra, a ti debemos el ver con los ojos de la filosofía y la contemplación las maravillas de la naturaleza; tú fuiste el primero que enalteció nuestros tiernos ojos hasta los cielos y nos hiciste ver en ellos las inmensas grandezas de la creación; tú nos enseñaste a buscar en el hombre el hombre mismo, y no dejarnos seducir de la grandeza y el poder; la blanda persuasión corría de tu boca, como la miel que liban las abejas en los días del floreciente abril; tu pecho era el tesoro de las virtudes; tu cabeza el erario de la filosofía.

(A Don Eusebio Majuelo, el último cura con bonete, gran forjador de jóvenes y gran filósofo, estudioso y comprensivo)

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