lunes, 31 de diciembre de 2018

EL RELOJ (dedicado al reloj de la torre de Aguilar)

Cuando en la noche serena
con la luna plateada
un reloj que hay en la torre
cuenta doce campanadas;
y al fijarme en el reloj
veo en lento recorrido
andar despacio el camino
dejando un signo añadido;

se quedan fijos los ojos
y el corazón se estremece,
pues el tiempo va pasando
y son ya más de las trece;
y la aguja va girando
el tiempo lo marca ella,
y es la realidad más bella
porque va dejando huella.

Inquietante es ver pasar
entre gemidos del viento,
el deslizarse las horas
en son mustio, triste y lento;
y la esfera de la torre,
en una sentencia cruel,
da alegremente las horas
con la medida más fiel.

Y el escondido secreto
colgado de una pared
piensa y marca tranquilo
el tránsito a la vejez;
avisa al pueblo dormido
con agudas campanadas,
las horas que habrá de menos
cuando despierten mañana.

Esa misteriosa pupila
parece que va a estallar
cuando se acerca la hora
que marca el ritmo a llevar;
unas veces mengua el tiempo,
otras lo adelanta más,
y el sol alumbra en lo alto
las horas que ve pasar.

Mil veces así continúa
igual que la primera vez,
llega la sombra a la torre
y vuelve el sol otra vez;
y es doloroso el destino
de nuestra existencia ver,
que en un círculo misterioso
el tiempo esté en la pared;

y en una esfera siniestra
dos agujas que no paran
nos dan o quitan la siesta
al son de unas campanadas;
y nuestro cuerpo dormido
despierta sobresaltado,
pues ha tocado la hora
que el reloj le ha mandado.

Vivimos siempre al compás
de unas manos que no paran,
con un armonioso din, don,
o unas tristes campanadas;
y la aguja va marcando
el tiempo que va pasando,
las horas que van quedando
para llegar a mañana;

porque comienza de nuevo
el final que nunca acaba
a marcarnos la jornada
a golpe de campanada;
somos presas del reloj
por mucho que lo ignoremos,
pues en cuanto da la hora
todos salimos corriendo.

Esa esfera de la torre
de la iglesia de Aguilar,
tiene un ojo muy agudo
y un carillón al final;
pone un cantar en cadena,
que me hace presagiar,
que nos va marcando el tiempo
en la vida terrenal.

Lamentable por cierto es ver
cómo un pueblo se despierta,
mirando por la ventana
si es o no la hora cierta;
y ver en la esbelta torre
un reloj que va marcando
las horas que van pasando
en su habitual laborar;

contando el reloj las horas
con su martillo de acero,
siendo una y mil veces más
el humilde mensajero:
así vivimos pendientes
todos de una campana
esa que nos da la hora
que al reloj le da la gana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario