martes, 27 de marzo de 2012

             HERMANO

Hermano, sube conmigo al monte
y verás nacer el día.
Estréchame la mano desde el profundo
valle del dolor desparramado.
No tornarás del fondo del camino.
No tornarás del tiempo ya pasado.
No tornará tu voz embrutecida.
No tornarán tus ojos horadados.

Contémplame desde el fondo de tu valle,
sembrador, segador, pastor callado:
domador de rebaños ejemplares:
oficial del andamio desbocado:
aguador de sollozos y sudores:
artesano de manos encallecidas
por el hacha y el azada embrutecida:
sembrador de semillas bien amadas:
alfarero de la arcilla bien querida:
llenad el vaso de esta nueva vida
con vuestros viejos males sepultados.

Enseñadme vuestra casta y vuestro surco,
decidme: aquí fui flagelado,
señaladme el lugar en que caísteis
y el madero en el que os crucificaron,
encended con viejos pedernales,
las viejas hachas y las teas cuaresmales:
contemplad a través de los siglos el brillo             
de la sangre en las llagas resecadas.

Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
A través de la tierra juntad todos
vuestros sigilosos labios descarnados
y habladme toda esta larga noche
como si Yo a vosotros estuviera anclado,
contadme todo, paso a paso, queja a queja,
dolor a dolor, pena a pena,
afilad los puñales que ocultasteis,
ponedlos en mi pecho y en mis manos
como dientes de tigres afilados,
y dejadme llorar por largos años
hasta más allá de la eternidad
y los tiempos ya pasados.

Dadme el silencio de la lluvia.
Apartadme del pavor de los truenos desgarrados.
Acopladme a vuestros cuerpos como imanes.
Acudid a mis venas y a mi sangre.
Hablad por mi boca con palabras de mi Padre.
No seáis cobardes, venid a desenterrarme.

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