viernes, 11 de noviembre de 2011

            ATARDECER EN EL ALHAMA

Cuando el sol se oculta entre las montañas queda una sensación de languidez y de tristeza después de habernos obsequiado con un dorado día lleno de luz en el secular valle del Alhama.
No obstante la noche se presenta tranquila y fresca a orillas del río  después de un día cálido de verano.
Aquí junio ya nos ofrece días muy veraniegos con alegres amaneceres, el día nos invita a pasear a la sombra de sus frondosas choperas, y los atardeceres son muy arrebolados.
Hasta muy entrado octubre dura el verano, montado ya en el otoño; las mañanas suelen ser muy aguadas, con mucho rocío sobretodo en el valle, la montaña se ha quedado muy seca y le costará revivir su floresta, las tardes siguen siendo muy arreboladas y agradables.
El otoño es muy corto y por eso los frutos se han de recoger con premura, antes de que lleguen los fríos, el día acorta muy de prisa y el invierno se adueña del otoño muy rápidamente, este se hace largo durando hasta abril o mayo.
El invierno es frío y seco en la montaña con vientos cierzos heladores, y  frío y húmedo en el valle, con nieblas muy persistentes, las tardes son grises y las noches muy largas.
Los moradores del valle saben muy bien guardarse del intenso invierno, antes, han acumulado leña y víveres como lo hacían sus ancestros.
La primavera llega muy entrado el mes de abril con infinidad de flores tanto en el valle como en la montaña, y al son de su canturreante río llegan los alegres gorjeos de sus pajarillos; los atardeceres son agradables y bellos.
Aquí la primavera y el otoño pasan de puntillas; el verano se hace largo, y el invierno más largo todavía.
El clima en el valle del Alhama ha cambiado muy de prisa igual que han cambiado sus habitantes, igual que ha cambiado su forma de vida y lo mismo que está cambiando su paisaje.

 Antes había cuatro estaciones, los veranos sofocantes, inviernos de grandes nevadas, preciosas primaveras y largos otoños...,
en el campo se oían las jotas, se veía la gente se disfrutaba de lo que Díos nos ofrecía; hoy apenas trabajan el campo cuatro jubilados cansados de vivir,  juventud no queda y la que queda emigra a la ciudad.
Hoy la vida en el pueblo es parecida a la ciudad pero a lo chico, hay calefacción, hay cocinas modernas, se va a la compra y por las tardes se sale de paseo; el campo esta lleco por que no hay quien lo cuide, la hermosa vega que hay en el valle está perdida en un noventa por ciento, se plantan árboles que no necesiten cuidados y se dejan a su albedrío, pues no hay manos que los cuiden; y en contraste se hacen hermosas carreteras, grandes piscinas, hermosos frontones y se canaliza un río que no se canalizó cuando sus cientos de habitantes sufrían sus envestidas traicioneras que tanto les hicieron sufrir, se hacen hermosas pasarelas, bonitos paseos y vías verdes y por si fuera poco se arreglan calles, se ponen depuradoras, se limpia el río, se hacen nuevas acometidas de agua y luz, se sanea el pueblo, se arreglan iglesias y ermitas... yo me pregunto, ¡Dios mío cuanto ha cambiado mi pueblo! ¡Si pudieran verlo todos aquellos que tanto trabajaron y no disfrutaron de otra manera que no fuese trabajando!
Y no solo ha cambiado el pueblo, han cambiado sus habitantes, ha cambiado su clima, ha cambiado su floresta, ha cambiado todo, por cambiar ha cambiado hasta la manera de ser y pensar de las personas, haciéndonos más duras ante las adversidades, y más indulgentes ante las desdichas.

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