jueves, 17 de noviembre de 2011

      LA INOCENCIA DE INÉS 

  Estreché su mano de terciopelo rosa,
el día era de primavera.
La tarde era espléndida y hermosa,
las flores llenaban la pradera.

  Sus ojos brillantes como los de un gavilán
pintan otra cosa.
Poco a poco sus grandes ojos me acosan
con mirada primorosa.

  Sereno se apiada el cielo de mi esfuerzo,
el espíritu abatido;
y un susurro al oído siento en dulce abrazo,
como del cielo caído.

  Para mis noches aún hay luz de aurora;
ella también me ama.
Ven, inocencia, a tu amor ahora...,
él en su dolor te clama.

  Mas sus ojos bellos mirándome se exaltan
con rayos de alegría,
que con el hechizo del paraíso la derraman
¡hasta el alma mía!

  Ven a mí, dulce y hermosa criatura;
estréchame en tus brazos;
ven a mí, y de tu pureza y mi ternura
los dolores serán nuestros abrazos.


  ¡Grata ilusión que en mi designio imploro...!,
vuelve mi empeño a ser
esa ilusión llena de virtud que adoro;   
protégela como un querer.

  Perdurad de este serafín su pureza,
y esa celestial paz,
que es el supremo bien de toda la belleza
y de la armonía mas veraz.

  Fascinada por fantásticas sensaciones
creerás en otros seres,
y suspirarás por otras emociones
y por extraños placeres.                    
  
  Te abrazarás a esa luna engañadora
de esa dicha inventada,
y llorarás, como tu compañero llora,
la hermosa edad olvidada.   

  Verás al final de esa ilusionada calma
un letargo oscuro,
y llegarán las fantasías de tu alma
al desorden más duro.

  Así como las olas de este hermoso río
caminan hacia el mar,
deseando el normal reposo de su brío
en su raudo caminar.


  Míralas, aquí, entre los carrizales,
tan puras, tan plácidas,
pintando en sus débiles cristales
las riberas placenteras.

  Míralas allá que audaces y violentas
tus ojos amedrentan;
y encrestándose se elevan presurosas...
y en las peñas se revientan.

  Quédate, querida Inés, en la ribera,        
quédate entre estas flores;
que no extinga tu joven primavera
el sofoco de pasiones.

  Ángel de la inocencia yo te quiero...,
dispersa estas fantasías.
Deliciosa criatura, yo te adoro...
Aunque tú  no me quieras.

  No, no sujetes tus vanidosas ilusiones
sobre mi fogoso seno.             
Teme el afligido arrebato de mis pasiones
y su escondido veneno.

  Todas las pasiones que mi pecho quema    
son rayos aniquiladores.             
Destruye de mi espíritu todo lo que ama;
solo infunde males.


  Padezca yo solo, y tú, mi fiel amiga
extingue en paz el lamento;
que tu voz enamore el sueño de mi vida
como un celestial canto,

  y descanse tu fantasía con mis temores
tan hundida en mi pecho,
que alcance la virtud llenar de flores
para ambos un lecho.

  Guardémonos, mi bien, en la espesura
que este valle esconde,
lejos del mundo que con risa impura
a la inocencia ofende.

  No importa que oscuros y olvidados
nos rechace el pueblo,
si nos sentimos cerca y nos amamos
comos ángeles del cielo.

   Cruzarán cual sombras las emociones,
y luego, en otros momentos,   
percibiré miles de  palpitaciones...,
¡jamás remordimientos!

  Y obteniendo al fin de ti una mirada
mi breve presencia,
Gritaré: “Felicidad... llegó la alborada,    
o era la inocencia.”

De mi libro "Remembranzas del Alhama"

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