domingo, 13 de noviembre de 2011

                EL RÍO ALHAMA Y SU VALLE 
 
 Cuando salíamos de la escuela, nuestro lugar preferido estaba en el río, en las refrescantes aguas del Alhama, todo acontecía al rededor de él y de sus orillas, allí los niños de aquella época (años del 50 al 60) sabíamos disfrutar de la naturaleza y vivir con la  naturaleza, haciéndonos  parte de ella; nuestros juegos estaban en verano  allí, entre mariposas, libélulas y renacuajos.
 Conocíamos infinidad de juegos que no costaban dinero, sabíamos entretener el tiempo y ya desde los diez años ayudábamos a nuestros padres en las tareas del campo; nos criábamos como los galgos, ágiles, delgados y con sentido común a pesar de nuestra corta edad. Los jóvenes de hoy son otra historia, para divertirse tienen que gastar mucho dinero y aún así se aburren. ¡Qué de prisa hemos cambiado y qué cambio hemos dado!
        “Asomados en el puente sobre el río, nos   sentíamos   temblar frente a sus aguas”.                                   
   El Alhama discurría tembloroso con su carga de reverberos; yo le contemplaba desde el puente sintiendo su caminar imborrable.
  Sonríenos, querido valle, sonríenos sin miedo; aún existen personas que
 sueñan con tu sonrisa; refléjanos, querido río, aún quedan sujetos  que se  miran en  tu espejo. 
  La muerte no se llevó a nuestros seres sino que nos los guarda, y los tiene presentes en nuestro recuerdo.
  Cuando el sol cruza tu valle, las cosas buenas resurgen y el hombre empieza a percibir tu sabiduría.
  Tú eres algo más que un valle y su río; eres la verdadera esencia por la que nosotros los hombres percibimos el alma eterna.
  Cuando mi voz calle, mi corazón te seguirá queriendo y amando sin  lamentarse; siempre estará alegre.
  Tu mirar es símbolo de la bondad; por muy largo que sea el temporal, el sol 
en ti siempre ha de brillar colándose por entre las oscuras nubes.

  Querido valle:
  Que siempre esparzas e irradies tu pureza, tu optimismo y tu alegría, para que
sigamos junto a ti; para que nunca perdamos las  virtudes que  tú nos diste  y
que con ellas nos has ennoblecido.  
  Que siempre haya en ti días cálidos y noches de ánimo.
  Que siempre tengas luna llena en las noches oscuras.
  Que tus caminos siempre se abran como si se abriera una puerta.
  Que las montañas Celtíberas te den su luz y te abracen.
  Que tu corazón esté tan ligero como el aura del amanecer.
  Que el camino que andemos sea llano y seguro y que el viento
refresque tus buenas acciones.
  Que así sea por siempre; gracias por parirnos.

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