martes, 8 de noviembre de 2011

    DESDE MI TEJADO

  Cuando era muy pequeño me gustaba asomarme a la palomera de mi tejado,
desde allí divisaba las montañas..., los Morales, el Carril, el cerro de la Rabosa, el cerro de la Horca; más allá Monegro y, a lo lejos, Moncayo.
Con las manos sujetaba mi cabeza y me extasiaba contemplando las higueras de la solana, las copas de los chopos del Alhama, del que sobresalían por encima de los tejados y al frente Aguilar del Río Alhama que por la noche observaba sus luces chispeantes y la luna a través de los árboles mecidos por el viento; también por las noches gustaba de observar las estrellas y querer ver más allá del firmamento, esperaba que corriera alguna de ellas e intentaba adivinar hasta dónde había llegado en su recorrido, me gustaba contemplar la luna y soñar con ella, gustaba de ese silencio que de vez en cuando lo rompía alguna lechuza en los tejados..., y luego, esa quietud.
¡Qué hermosos pensamientos llenaban mi cabecita! ¡Cuántos misterios por descubrir! ¡Cuánta poesía en el firmamento!
  Hoy, con mis muchos años, sigo contemplando el mismo panorama desde la palomera de mi tejado, parece que por allí el tiempo no ha pasado..., y..., yo creo que ha pasado, lo digo por mis canas.
  Desde mi tejado, apoyado en mis manos volaban mis pensamientos como pasaban volando las golondrinas; mis pensamientos saltaban de tejado en tejado como los gorriones saltan de teja en teja, como los estorninos iban de antena en antena.
  Después que han pasado todos estos años y profesar como poeta, sigo mirando al firmamento pensando qué es lo que habrá más allá, siempre la misma pregunta.

  Cuando le preguntaba a mi padre él me decía..., ves ese tejado, pues detrás hay otro; ves ese monte, pues detrás hay otro monte, pero la incógnita de qué
habría más allá nunca se marchaba de mí. ¡Todo un misterio!
Hoy he vuelto a mi tejado y sigo viendo lo mismo..., los mismos tejados, las mismas antenas, las mismas golondrinas y las mismas copas de los árboles; también están las higueras y los gorriones.
  Ahora mis pensamientos vuelan más lejos y se afanan en conseguir plasmar en prosa o verso todo lo que contemplo desde mi tejado.
¡Qué placer ser niño y contemplar el mundo desde la palomera del tejado! ¡Qué placer ser viejo y seguir contemplándolo desde el tejado añorado!
¡Será que he envejecido demasiado, o será que nada ha cambiado! 

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