sábado, 9 de julio de 2011


                                    LA MUERTE DE UN AMIGO

Yo tenía un amigo exquisito y cumplidor, siempre que necesitaba saber algo u obtener alguna cosa recurría a él y de inmediato conseguía su ayuda. Recuerdo que un día en el colegio siendo niños consulté con él sobre una pelea entre niños del colegio donde uno de ellos salió herido por el corte de una navaja, le pedí consejo y enseguida me dio la solución; me dijo: Para que esto no vuelva  a suceder lo mejor es que ningún niño lleve navaja y menos en el colegio.

Otro día, dos personas mayores discutían por el mal tiempo que hacía para sembrar el campo ese día, pues todo estaba dispuesto hace tiempo para la siembra y el mal tiempo lo había estropeado. Justo a tiempo llegó mi amigo y les dio la solución a los dos hombres.

A cualquier cosa que ocurriera en este nuestro ajetreado mundo él era capaz de darle solución y, además, unas soluciones que dejaba contentas a las partes, pues para él todo tenia un sentido, no el sexto, el séptimo, u otro, un sentido muy especial capaz de ver soluciones para todo, o dar soluciones de muy buenas maneras.

Hace tiempo que mi amigo murió y con él murió toda la ayuda que prestaba a los que como yo recurríamos a su favor, hoy lo estamos olvidando y por consiguiente olvidamos sus buenas maneras. ¡Ah! Mi amigo se llamaba “Sentido común”.

En su lápida reza...     “A QUÍ YACE EL SENTIDO COMÚN”
                                  Fiel amigo de todos los humanos.

          Cada día lloramos más la muerte de mi querido amigo, “Sentido Común”, y estuvo entre nosotros durante muchos años.

    Nadie supo cuántos años tenía, puesto que los datos sobre su nacimiento hace mucho que se perdieron en los vericuetos de la burocracia.


          Lo recordamos por haber sabido cultivar lecciones tan valiosas como que hay que trabajar para poder tener lo necesario para vivir; que se necesita leer todos los días un poco para no perder lo poco que sabemos; para saber que los pájaros que madrugan consiguen antes su comida, y para reconocer la validez de “La vida no es justa”.

 “Sentido Común” vivió bajo simples pero eficaces consignas. Su salud comenzó a deteriorarse rápidamente cuando se aplicaron castigos  muy intencionados pero ineficaces: por haber dado un beso un niño de seis años a una niña compañera de clase; despedir a la maestra por reprender a un alumno indisciplinado..., estas reglas solo hicieron que empeorara su condición.

          El “Sentido Común” se murió cuando los padres atacaron a los maestros solo por hacer su trabajo, en el que ellos, los padres, fracasaron al intentar sujetar a sus ingobernables hijos.

           Declinó más aún cuando las escuelas debieron pedir permiso hasta para administrar un calmante o caso similar. Aunque eso sí, no podían informar a los padres si una alumna estaba embarazada y quería abortar.

          Se debilitó más aún cuando se eliminó al sacerdote de turno que impartía sus enseñanzas de religión en la escuela.

          “Sentido Común” perdió el deseo de vivir cuando los Diez Mandamientos se convirtieron en material jocoso, y cuando los criminales empezaron a recibir mejor trato que sus víctimas. Y, así, muchísimas cosas más de nuestra vida terrenal.
          La muerte de “Sentido Común” fue precedida por la de sus padres “Verdad y Confianza”; la de su esposa “Discreción”; la de su hija “Responsabilidad” y la de su hijo “Raciocinio”. En cambio le sobreviven sus hermanastros: “Conozco Mis Derechos”, “Yo no tengo la Culpa”, y “Soy Una Víctima de la Sociedad”.


           Muy pocos fueron a su funeral porque muy pocos se enteraron de que se había ido, no hubo ni responso ni crucifijo, pues también se fueron con el “Sentido Común”.

           El “Sentido Común” murió cuando los gobiernos pusieron más interés, ganas y dinero en sacar adelante viejas y olvidadas rencillas que en enseñar, disciplinar y educar a las nuevas generaciones.

          En fin, se murió el buen juicio natural de las personas, ahora solo nos queda la “Insensatez”, o lo que es igual, la sinrazón, la irreflexión, la necedad, la torpeza y la incomprensión.

                                         Ricardo Lalinde López
 
De mi libro “Cantos al Amanecer”




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